TEORÍAS MARXISTAS DEL ESTADO Y SU APLICACIÓN AL CASO VENEZOLANO
TEORÍAS MARXISTAS DEL
ESTADO Y SU APLICACIÓN AL CASO VENEZOLANO
por
Steve Ellner
La revista Historical Materialism publicó una
versión condensada de este artículo en inglés en 2017 (tomo 25, número 2).
Resumen:
Las
implicaciones de las teorías marxistas del Estado desarrolladas por Nicos
Poulantzas, Louis Althusser y Ralph Miliband son útiles para enmarcar los
asuntos básicos relacionados con la estrategia izquierdista en la Venezuela del
siglo veintiuno. Existe una relación entre cada una de las teorías y tres
problemas que confronta el movimiento chavista: 1. si la burguesía (o fracciones
de ella) exhibe un sentido de “conciencia de clase”; 2. la viabilidad de las
alianzas tácticas y estratégicas entre la izquierda y los grupos vinculados a
la estructura capitalista; 3. si el socialismo sería alcanzado por etapas, por
cambios revolucionarios abruptos, o la radicalización continua del Estado
durante un periodo extenso de tiempo. En la época en la cual Poulantzas
escribió, su concepto del Estado como un “campo de batalla estratégico” se
prestó a la política de “alianzas estratégicas” de la izquierda con partidos ubicados
a su derecha. El mismo concepto del Estado es compatible con el “proceso de
cambio” en Venezuela en el que los movimientos autónomos desempeñan un papel
fundamental en la transformación del viejo Estado y la construcción de nuevas
estructuras estatales.
ARTICULO
La
declaración de adhesión al socialismo hecha por Chávez en 2005 desencadenó una
discusión dentro de su movimiento y fuera de él sobre la naturaleza del Estado
en la transición del sistema capitalista al socialista. Las teorías asociadas
con Louis Althusser, Ralph Miliband y Nicos Poulantzas, que generaron
entusiasmo en los años sesenta y setenta y luego perdieron su atractivo en el
apogeo del neoliberalismo, pero que desde entonces se han recuperado,[1] sirven
de cimientos para enmarcar los problemas y comprender el debate dentro del
movimiento chavista, así como las diferentes vías y opciones que están siendo
consideradas actualmente. El caso venezolano es instructivo por cuanto las
condiciones de la nación para alcanzar el socialismo por vía democrática eran,
en algunos aspectos, más propicias que las que enfrentaron los movimientos
eurocomunistas, que inspiraron a Poulantzas y que fueron inspirados por él. De
hecho, fueron indudablemente inigualables con cualquier otro país cuyo gobierno
haya estado comprometido con
el socialismo democrático. Estas circunstancias hacen que el examen de las
teorías marxistas del Estado contra el telón de fondo de los acontecimientos
venezolanos sea de particular interés.
El
siguiente trabajo examina la aplicabilidad de las tres teorías marxistas sobre
el Estado: el “instrumentalismo” (asociado con Ralph Miliband), “el marxismo
estructural” (asociado con Louis Althusser y Nicos Poulantzas) y “la teoría relacional”
(asociada con Poulantzas). Una serie de intercambios entre Miliband y
Poulantzas entre 1969 y 1976 publicados en la revista New Left Review arroja luz sobre el contraste entre el instrumentalismo
y el marxismo estructural. Posteriormente, Poulantzas desarrolló una nueva
teoría sobre el Estado que difería de manera fundamental de sus formulaciones
anteriores. En aras de la claridad, me referiré a la etapa estructural marxista
de Poulantzas como “Poulantzas I” y a la teoría relacional que desarrolló hacia
el final de su vida como “Poulantzas II”.
El
artículo discute las implicaciones de las tres teorías marxistas del Estado con
respecto a las estrategias izquierdistas. Específicamente, postula una relación
entre los tres puntos de vista sobre el Estado y tres temas que son básicos
para entender el proceso de cambio en Venezuela: si la burguesía (o sectores de
ella) manifiesta “conciencia de clase”; la viabilidad de las alianzas tácticas
o estratégicas forjadas por la izquierda con grupos políticos y económicos
vinculados en mayor o menor grado con la estructura capitalista; y si el
socialismo se alcanzará a través de una revolución en forma de un cambio
abrupto, a través de etapas, o por un proceso continuo y relativamente
prolongado de transformación del Estado.
El
artículo es original por cuanto compara sistemáticamente las implicaciones
políticas de las tres principales teorías marxistas sobre el Estado con
respecto a tres asuntos de mayor trascendencia y luego aplica el análisis a un
país específico. La metodología tiene lados positivos y negativos. En lo
positivo, la aplicación de las teorías del Estado a condiciones tan
profundamente diferentes de la Europa en los años sesenta - setenta realza la
utilidad del debate intra-marxista de esos años. Por otra parte, el análisis en
base de las implicaciones es arriesgado en el sentido de que tal enfoque va más
allá de las posiciones explícitas de los tres escritores, ninguno de los cuales
abordó los tipos de desafíos que enfrentan los países del tercer mundo y los de
Venezuela del siglo XXI en particular.
El
trabajo trata no sólo del debate teórico, sino también aspectos específicos de
la relación entre la estructura capitalista en Venezuela y el gobierno chavista
que estaba comprometido con una estrategia de movilización y lucha para lograr
el socialismo. Las secciones del artículo examinan las relaciones conflictivas
entre los chavistas gobernantes y los sectores empresariales, e incluyen un
análisis sobre los intentos del gobierno de privilegiar y promover el
crecimiento de los empresarios “progresistas”, así como su reacción a lo que se
denominaba “la guerra económica” que resultaba en la escasez de los productos
básicos, contrabando y acaparamiento. Estos conflictos forman parte del
contexto para la discusión de los asuntos de la “conciencia de clase” de la
burguesía (definida como la defensa activa de los intereses sistémicos a largo
plazo, además de sus intereses estrictamente económicos), la “conciencia de
clase” de la supuestamente amigable “burguesía productiva” o emergente y la
relación entre el Estado y la estructura capitalista. El análisis se relaciona
directamente con las teorías sobre el Estado desarrolladas por Miliband,
Althusser y Poulantzas en un contexto político radicalmente diferente al de
Venezuela en el siglo veintiuno.
El
tema fundamental para la izquierda venezolana que emerge del artículo, y tiene
una importancia primordial para el momento de su finalización en 2015, es el
papel del gobierno del Presidente Maduro en contribuir al logro del socialismo.
De hecho, muchos en la izquierda se están haciendo las siguientes preguntas que
son pertinentes al artículo: ¿se han reforzado los vínculos entre el Estado y
la estructura capitalista debido a las alianzas con las empresas y la
corrupción institucionalizada como para descartar la posibilidad de pasos en la
dirección del socialismo? ¿Los reveses sufridos en años recientes por el
chavismo demuestran que la serie de pequeñas “rupturas revolucionarias” que
ocurrieron bajo Chávez – un proceso contemplado por Poulantzas como sustituto
por la toma del poder por la fuerza – eran insuficientes para allanar el camino
al socialismo? ¿O puede el “viejo Estado”, encabezado por los chavistas, desempeñar
un papel complementario o contribuyente, junto con los movimientos sociales y
la base del partido chavista, en profundizar el proceso de cambio, de acuerdo
con el pensamiento de Poulantzas II? El
artículo no pretende proporcionar respuestas a estas preguntas. Su principal
afirmación es que las teorías marxistas sobre el Estado ayudan a enmarcar asuntos
polémicos fundamentales y así contribuyen a la clarificación de las complejas y
desafiantes experiencias del chavismo en Venezuela.
LAS POSICIONES DE LAS
TEORIAS MARXISTAS DEL ESTADO SOBRE TRES ASUNTOS FUNDAMENTALES RELACIONADOS A LA
ESTRATEGIA SOCIALISTA
El
enfoque comparativo del artículo se enfrenta a un obstáculo central. Cada una
de las tres teorías marxistas sobre el Estado ha sido interpretada de maneras
diferentes con implicaciones distintas para el análisis del mismo y la
estrategia izquierdista. Esta diversidad se complica aún más por las
modificaciones en el pensamiento de Althusser, Poulantzas y (aunque en menor
medida) Miliband en el transcurso de períodos de tiempo relativamente cortos.[2] La
proliferación de interpretaciones amenaza con socavar la utilidad de las tres
teorías como puntos de referencia para enmarcar los asuntos claves
concernientes al Estado, las clases sociales y la estrategia política.
Para
cada una de las tres teorías sobre el Estado analizadas en este artículo, he
elegido la línea de pensamiento marxista que parece ser predominante y que al
mismo tiempo agudiza los contrastes en concordancia con el objetivo básico de
este artículo. El instrumentalismo se definirá de acuerdo con el
“instrumentalismo duro”, que minimiza la autonomía del Estado, un enfoque que
no coincide completamente con los trabajos de Miliband (Barrow, 1993: 13). En gran medida, el “instrumentalismo duro”
difiere de la escuela del instrumentalismo de los no marxistas que centra su
análisis en la influencia desproporcionada de los capitalistas en la
formulación de políticas, pero deja fuera de juego sus esfuerzos de defender el
sistema capitalista como tal (ver, por ejemplo, Domhoff, 1990: 2-5). Al hacerlo
así, ignoran “la conciencia de clase” de los capitalistas, una característica
que es clave para el pensamiento de los instrumentalistas marxistas, como se
demuestra en el artículo.
De
manera similar, mi discusión sobre el marxismo estructural se basa en el
“estructuralismo duro”. Esta corriente destaca la lógica económica inflexible
del capitalismo, e incluye los imperativos del mercado, que se encuentran en
los escritos de Poulantzas I. Más que Althusser, Poulantzas se interesaba por
las funciones económicas del Estado,[3] en
contraposición a las versiones “más blandas” del estructuralismo representadas
por Fred Block, quien preveía el espacio considerable para las maniobras del
Estado (Barrow 1993: 62).
A
pesar de las objeciones a la identificación de Miliband con el instrumentalismo
“duro”, y de Poulantzas y Althusser con el estructuralismo “duro”, ambas formulaciones teóricas son útiles para
comprender el debate izquierdista en Venezuela. No sólo el instrumentalismo y
el estructuralismo, tal como se definen en este artículo, estaban bien
representados entre los izquierdistas venezolanos, sino ambos modelos arrojan
luz sobre las relaciones entre cada uno de los tres temas que se discutirán más
adelante.
Las
sub-secciones siguientes explican la relación entre cada una de las tres
teorías y sus posiciones sobre los tres temas críticos en el contexto de los
países desarrollados, particularmente Europa en los años setenta. La discusión
de las tres teorías sobre el Estado ayuda a suministrar una perspectiva más
amplia para los temas polémicos que el artículo analizará luego en el contexto
venezolano: la estrategia de alianzas diseñada por los izquierdistas con las
fuerzas ubicadas a su derecha; la conciencia de clases de la burguesía; y la
naturaleza de la transición al socialismo.
Instrumentalismo marxista: Rechazo de alianzas con
los partidos socialdemócratas y sectores de la burguesía
Los instrumentalistas
marxistas argumentan que el papel básico del Estado es defender los intereses
de la clase capitalista, aunque no distinguen entre los intereses inmediatos y
los de largo plazo. Más que cualquier otro escrito, citan la célebre frase del Manifiesto Comunista de que “el órgano
ejecutivo del Estado moderno no es más que un comité para gestionar los asuntos
comunes de toda la burguesía”. Los instrumentalistas interpretan este
planteamiento como una afirmación de que el Estado representa un “comité
ejecutivo o un instrumento directo de la clase gobernante” (Jessop, 2002). La
interpretación implica un nexo estrecho y simple entre el Estado y la clase
capitalista y ha sido defendida por las corrientes de la “izquierda dura”, que
incluyen a los marxistas ortodoxos, los trotskistas y los anarquistas. Los
instrumentalistas marxistas y no marxistas (como William Domhoff) intentan
demostrar el comportamiento consistentemente pro empresarial del Estado al
documentar los numerosos vínculos que existen entre quienes poseen el poder
político y el poder económico. Ejemplos de ello son las contribuciones a las
campañas electorales y los círculos exclusivos que incorporan tanto a las
élites políticas como a las económicas, como también los clubes sociales y los
foros diseñados para formular la política gubernamental. En resumen, la función
del Estado es mantener los intereses de la burguesía y lo hace debido a sus
intrincados lazos con la clase capitalista.
Al
analizar las relaciones entre la estructura capitalista y el Estado, hay que
distinguir entre las formas personales y conscientes de control por parte de la
burguesía, por una parte, y los mecanismos naturales generados por las
condiciones del mercado, por otra. La desinversión en respuesta a las políticas
gubernamentales percibidas como adversas a los intereses del sector privado puede
ser el resultado de una campaña emprendida por grupos empresariales con fines
políticos, o de la falta de incentivos para invertir. Los instrumentalistas resaltan
lo primero y concluyen que la burguesía tiene consciencia de clase y es
relativamente cohesionada.[4] En
general, el punto de partida del pensamiento instrumentalista es la cohesión y
la conciencia de clase de la burguesía que, en consecuencia, es capaz de
ejercer una influencia directa e inigualable sobre el Estado a un grado no
reconocido por el marxismo estructural.
Este
artículo se centra principalmente en el “instrumentalismo duro” que enfatiza la
tenacidad de los vínculos entre las élites económicas y políticas. La
vinculación cruza el Estado en muchos niveles y no solo en la cúpula. Como
resultado, el instrumentalismo duro o “crudo” tiende a minimizar el potencial
del Estado para hacer valer un grado importante de autonomía, una posición
defendida por Paul Sweezy (1942: 243), por ejemplo, cuando lo llamó “un
instrumento en las manos de la clase dominante para hacer cumplir y garantizar
la estabilidad de la estructura de clase”. En contraste a los
“instrumentalistas duros”, Miliband criticó a muchos marxistas por subestimar
la autonomía del Estado, aunque criticó a Marx y a Engels por sobreestimarla (Miliband,
1977: 83).
Marx
y Engels abordaron el asunto de la autonomía del Estado en su análisis de los
regímenes que eran independientes de la burguesía aunque servían a sus
intereses de clase (particularmente el fenómeno del Bonapartismo representado
por Luis Napoleón Bonaparte). En el siglo veinte, la discusión marxista de
situaciones de una pronunciada afirmación de la autonomía del Estado se enfocó
en gran medida en los gobiernos de partidos socialdemócratas (como también los
gobiernos fascistas), cuya base social era la pequeña burguesía y sectores de
la clase obrera (Miliband, 1969, 96-118; Block, 1977, 17-19). Si bien no hay
nada incompatible entre el instrumentalismo y el reconocimiento de que los
gobiernos socialdemócrátas pueden alcanzar mayor autonomía que los gobiernos
conservadores, los instrumentalistas manifiestan cierto grado de escepticismo.
Miliband, por ejemplo, señaló que la administración pública del gobierno del
Partido Laborista británico después de la Segunda Guerra Mundial estaba
conformada “precisamente por los mismos funcionarios burócratas que habían
servido a sus predecesores”, mientras que los “asesores oficiales” del pasado
también desempeñaron un papel clave (Miliband, 1969: 111). No obstante,
Miliband no llegó al extremo de caracterizar el Estado como territorio enemigo ni
a oponerse a cualquier estrategia de trabajar dentro de él para alcanzar los
objetivos izquierdistas. Reconoció que a nivel local, los funcionarios elegidos
de la clase media socialdemócrata “ciertamente pueden hacer mucho a favor de
los votantes de la clase obrera” aunque agregó que en estos municipios los
obreros carecen de participación directa (Miliband, 1969: 177-178).
Los
acontecimientos políticos que se iniciaron en la década de los ochenta bajo la
influencia del neoliberalismo han favorecido la tesis instrumentalista y las
estrategias asociadas con ella. En primer lugar, en los países capitalistas
avanzados, el giro general del establishment político hacia la derecha ha
conducido a lo que un periodista llamó “la muerte de la clase liberal” (Hedges,
2010). Esta tendencia pone en duda la capacidad del Estado de distanciarse de
la estructura capitalista y la viabilidad de las estrategias de apoyo de la
izquierda para los políticos pro-sistema. Un segundo factor que parece
demostrar la “conciencia de clase” de los capitalistas de acuerdo con la tesis
instrumentalista sería los vínculos flagrantes entre las élites políticas y
económicas que sobrepasan los documentados por Domhoff (1990) C, Wright Mills (1956: 165-170),
Lundberg (1968: 889-934) y otros en la era post-guerra. En los Estados
Unidos, la decisión “Ciudadanos Unidos” en 2010 de la Corte Suprema abrió más
las compuertas de grandes cantidades de dinero en la política, mientras que dos
años más tarde el número de congresistas multi-millonarios representó por
primera vez una mayoría en el Congreso. En tercer lugar, Miliband señaló el
reciente surgimiento de “una nueva generación de tecnócratas” que no pertenecen
“exclusivamente al mundo del gobierno ni al mundo empresarial”, y como
resultado “los límites entre estos dos mundos son cada vez más borrosos e
imperceptibles” (Miliband, 1969: 125-126). El desplazamiento de los
funcionarios profesionales apolíticos formados en la tradición weberiana
reforzó el vínculo personal y tangible entre el sector privado y el Estado de
acuerdo con el análisis instrumentalista. La privatización de muchos servicios
gubernamentales que incluyen el servicio de inteligencia y el ejército fortalece
aún más estos vínculos.
Los
observadores generalmente coincidieron en que Poulantzas le ganó el debate a
Miliband, cuyas posiciones se prestaban a las estrategias ubicadas más a la
izquierda en el espectro político y que percibieron el Estado como menos
autónomo que lo previsto por los marxistas estructurales (Block, 1977: 9; Althusser
y Balibar, 1970: 216-218). Sin embargo, las recientes tendencias mencionadas
indicarían que lo que aquí se llama el “instrumentalismo duro” tiene mayor
relevancia en la política actual que en el pasado y la aceptación de sus
argumentos y línea de pensamiento no se limita a una franja marginal ultra-izquierdista
(Block, 1980: 236). Mientras
que el debate teórico ha ido más allá del instrumentalismo duro al reconocer
generalmente un grado significativo de autonomía del Estado y especificidad (ver,
Block, 1977: 8-9), los análisis políticos de la izquierda y otros han
documentado los vínculos cada vez más tenaces entre las élites políticas y
económicas para explicar los desarrollos políticos en la era del neoliberalismo
y la globalización.
Para
determinar las implicaciones de la posición instrumentalista para la estrategia
de alianzas, hay que distinguir entre los socialdemócratas moderados que
carecen de compromiso con cambios estructurales profundos y los
socialdemócratas radicales. Los últimos se identifican con un líder carismático
con una capacidad considerable de movilizar los seguidores. El líder tiende a ser
un “outsider” que antes de llegar a ser presidente a menudo se niega a aliarse
o tener tratos con los que están cerca del poder. Los ejemplos en América
Latina incluyen a Fidel Castro cuando llegó al poder en 1959 y Jorge Eliécer
Gaitán en Colombia en el momento de su
asesinato en 1948. Ambos fueron radicales que, sin embargo, habían chocado con
el Partido Comunista y habían manifestado posiciones social demócratas, apartándose
públicamente de la izquierda. Otro ejemplo es Hugo Chávez, un outsider quien en
el momento de su elección en 1998 explícitamente abrazó la noción de la
“tercera vía” asociada con Anthony Giddens (Raby, 2006: 99, 112-116, 157).
Los
instrumentalistas, incluidos los “duros”, pudieran haber reconocido el
potencial revolucionario de Gaitán en 1948, Castro en 1959 y Chávez en 1998 y
anticipado la autonomía del Estado frente a la estructura capitalista en esos
países. Por lo tanto, los instrumentalistas de izquierda no habrían descartado
la posibilidad de alianzas con esos tres líderes. Al mismo tiempo, sin embargo,
los instrumentalistas consideran que los gobiernos socialdemócratas moderados
están tan intrincadamente vinculados a la estructura de poder que no merecen el
apoyo izquierdista de ningún tipo. En consecuencia, el instrumentalismo duro es
adverso a las alianzas tácticas o estratégicas con los socialdemócratas
moderados y en los Estados Unidos descartaría el respaldo de, o los
entendimientos con, los políticos del Partido Demócrata.
Marxismo Estructural:
Apoyo a las Alianzas Tácticas
Lo
escrito por Miliband ofrecía una explicación empírica de lo que el marxismo
siempre ha mantenido: que la estructura capitalista está inextricablemente
vinculada a la superestructura del Estado. En contraste, el marxismo
estructural representaba una tesis original para explicar porqué el capitalismo
ha demostrado ser tan resistente como para haber sobrevivido a las crisis
políticas y económicas (como en 1918 y la de los años treinta) que muchos
izquierdistas para ese momento presumieron significaba el colapso del sistema.[5]
Los marxistas estructurales argumentaban que la función primordial del
Estado es garantizar la estabilidad del sistema y su supervivencia a largo
plazo. Para este propósito, el Estado media entre los intereses de la burguesía
y la clase obrera y regula, en vez de intentar eliminar, el conflicto de
clases. En el proceso, el Estado muestra un grado de autonomía en el frente
económico a través de la implementación de reformas – como hace en el frente
ideológico, en contraste con el aparato represivo (Poulantzas, 1969: 78;
Althusser, 1971: 147). El concepto de autonomía relativa del Estado fue
reforzado por la teoría de “sobredeterminación” de Althusser en la que la
multiplicidad de relaciones entre los componentes de la estructura y la superestructura
confiere a la última (en este caso, el Estado) un grado de autonomía.
Poulantzas, más que Miliband, reconocía el estatus semi-autónomo del Estado y
no solamente bajo las circunstancias anormales del régimen bonapartista,
fascista o socialdemócrata, sino como una característica normal de cualquier
gobierno democrático (Jessop, 2002: 179-194)
Sin
embargo, Poulantzas, Althusser y otros marxistas estructurales reconocieron (al
igual que Marx) que para cumplir su función de garantizar la supervivencia del
capitalismo, el Estado facilita la
reproducción de las relaciones de producción y la acumulación del capital. Para
Poulantzas, en particular, “el funcionamiento de los mercados…. encarcela la
toma de decisiones” (Barrow, 1993: 62). La misma lógica del sistema obliga al
Estado a privilegiar los intereses económicos de la burguesía (aunque no
necesariamente los del corto plazo) ya que un clima de inversión favorable
asegura la “confianza empresarial” y así estimula la acumulación de capital
(ver, Block, 1977: 14-19). En resumen, a pesar de las limitaciones bien
definidas, el Estado mantiene un grado de autonomía frente a la estructura
capitalista en materia de política económica, al mismo tiempo que es inflexible
en su defensa de los intereses a largo plazo y la supervivencia del
capitalismo.
El concepto marxista estructural
del papel y las funciones del Estado tiene implicaciones para la estrategia
izquierdista. La autonomía relativa del Estado en materia económica, como lo
planteó Poulantzas I y otros, se presta a la priorización de los objetivos
reformistas de la izquierda (Block, 1977: 12-13) que
incluyen las alianzas tácticas con partidos moderados y el respaldo ocasional
de candidatos moderados. Sin embargo, el vínculo indisoluble entre el Estado y
la estructura capitalista que el marxismo estructural prevé (y en cierta forma
es aún más vinculante que en el concepto del Estado formulado por el
instrumentalismo) excluiría las alianzas de naturaleza estratégica por parte de
la izquierda con moderados que tienen vínculos con sectores de la burguesía.
Las experiencias de los Partidos
Comunistas de Francia (PCF) y de los Estados Unidos (CPUSA) en sus relaciones
con los partidos ubicados a su derecha sirven para ilustrar la diferencia entre
alianzas “estratégicas”, por una parte, y alianzas y apoyo tácticos, por la
otra, y su importancia con respecto a la teoría del Estado del marxismo
estructural. Si bien las alianzas estratégicas son duraderas y se basan en una
serie de denominadores comunes básicos, las alianzas tácticas son frágiles y
tienen menos probabilidades de sobrevivir a la prueba del tiempo.
La
teoría marxista estructural del Estado contemplaba la viabilidad de reformas
económicas sin alterar la estructura del sistema capitalista y así se prestó
para la alianza táctica del PCF con el Partido Socialista francés fundamentada
en una plataforma reformista. Al igual que el Partido Laborista Británico de la
post-Guerra analizado por Miliband, el Partido Socialista rechazó una ruptura
completa con el capitalismo y tuvo vínculos con la élite económica. Las
relaciones tempestuosas entre el PCF y los Socialistas en los años setenta
culminaron en las elecciones presidenciales de 1981 cuando las críticas del
candidato del PCF, George Marchais, contra el candidato Socialista Francois
Mitterand fueron, al menos al principio, casi tan intensas como las que
formulaba contra sus rivales conservadores. En la segunda vuelta, sin embargo,
los Comunistas se aliaron con los Socialistas quienes salieron victoriosos.
Dada su mutua desconfianza, la alianza del Partido Socialista y el PCF conocida
como el “Programa Común” no podía llamarse “estratégica”, al menos por la
definición dada por este artículo.
La
diferencia entre las alianzas estratégicas y tácticas con respecto a las
relaciones Comunista-Socialistas era un asunto importante de contención dentro
del PCF, del cual Althusser era miembro
activo y Poulantzas, como residente francés, siguió de cerca. El Frente Popular
contra el fascismo, que por cierto se originó en Francia en 1934, sirvió como
un punto de referencia en la discusión durante los años sesenta y setenta. La
experiencia del Frente Popular fue un contrapeso al dogmatismo asociado con
el “Estalinismo”, contra el cual los
escritos de Althusser hasta un cierto punto representaron una reacción. De hecho, Althusser fue
considerado influyente en la iniciación de la discusión dentro del PCF sobre
las relaciones interpartidistas (Lewis, 2007: 177). Althusser mantuvo el
liderazgo del PCF en gran estima (a pesar de algunas diferencias bien
publicitadas entre los dos) y así no rompió con el partido en los sesenta
cuando él parecía estar más cerca a las posiciones chinas, y terminó aceptando
la condena que hacia el partido a su crítica de la ideología
(Ferretter, 2006: 69-70). Ese respeto terminó en el
momento del enfrentamiento Comunista-Socialista en 1978 y de sus propias
reformulaciones teóricas.
Althusser,
aunque apoyaba las alianzas con los partidos moderados, advirtió de sus
limitaciones y peligros. En este sentido, compartía la desconfianza general de
los líderes del PCF hacia el Partido
Socialista y estuvo de acuerdo con la promoción de lo que se llama en este artículo
una “alianza táctica” entre los dos partidos. En los años sesenta, la
insistencia de Althusser en la predominancia de la “estructura” sobre la
“superestructura” chocó con el marxismo humanista (representado por Roger
Garaudy), que era considerado más compatible con la proposición de forjar una
alianza estratégica con los Socialistas. De hecho, algunos líderes del PCF
temían que las posiciones de Althusser pondrían en peligro la “política de
unidad” del PCF (Lewis, 2007: 140-143).
En Note on the ISAs publicado
en 1970, Althusser argumentaba que los revolucionarios que hacen alianzas con
los moderados terminan “muy frecuentemente subordinados a ellos”. Además
“participando en el juego, [ellos] son absorbidos por el juego, y abandonan la
lucha de clases en favor de la colaboración de clases”. Concluye que “un
partido comunista no tiene por qué entrar al gobierno de un Estado burgués…para
“administrar [sus] asuntos”, ya que su papel es “ampliar el alcance de la lucha
de clases y prepararse para la caída del Estado burgués”. En este sentido, el
Partido Comunista es un ““partido de nuevo tipo”, completamente diferente de
los partidos burgueses” (Althusser, 2014). Estas posiciones sobre el partido,
que fueron la consecuencia lógica de la teoría estructural del Estado, puede
ayudar a explicar porqué el PCF no fue capaz de mantener relaciones de trabajo
sólidas con el Partido Socialista y de desarrollar una alianza verdaderamente
“estratégica” para alcanzar metas a largo plazo.
Otro
ejemplo de apoyo “táctico”, en contraste del apoyo “estratégico” a los partidos
moderados, es la posición histórica del Partido Comunista de los EEUU (CPUSA)
hacia el ala liberal del Partido Demócrata que se remonta al New Deal en los
años treinta. El CPUSA mostró preferencia por los demócratas moderados y
liberales (y particularmente políticos afro-americanos) sobre sus rivales
republicanos. Al hacerlo, generalmente descartó la posición de “dos males en el
mismo saco” (o “dos caimanes del mismo pozo”) que minimizaba las diferencias
entre los Demócratas y los Republicanos.
La
política de “apoyo táctico” del CPUSA contrastaba con las dos otras posiciones
defendidas por algunos líderes comunistas. Por un lado, la política de repudio
total al Partido Demócrata fue reforzada por la tesis instrumentalista sobre
los intrincados lazos entre los partidos pro-establishment y los intereses
capitalistas. Por otra parte, el apoyo duradero de los comunistas a los
Demócratas liberales (o una estrategia de trabajar dentro del Partido
Demócrata) sugirió un intento de forjar una relación “estratégica”. Así, por
ejemplo, el secretario general del CPUSA Earl Browder, quien promovió las
posiciones pro-New Deal en los años treinta, terminó proponiendo la disolución
del Partido Comunista para facilitar la
convergencia con los demócratas de acuerdo con la estrategia de la “alianza
estratégica” (Isserman, 1987: 5-6). William Z. Foster, quien había criticado a
Browder desde la izquierda durante estos años, lo reemplazó en la dirección del
CPUSA y promovió la candidatura presidencial independiente de Henry Wallace en
1948 en oposición a lo que los líderes comunistas de la época llamaron el
“sistema bipartidista controlado por Wall Street”. El apoyo a Wallace, que
algunos comunistas posteriormente consideraron un error que ayudó a preparar el
terreno para el macartismo (al identificar y aislar a los comunistas y sus
aliados dentro del movimiento sindical y en otros frentes), compaginaba con el
pensamiento instrumentalista de rechazo a los pactos con partidos políticos del
establishment. Aunque en años posteriores los principales líderes del CPUSA
respaldaron ocasionalmente a los candidatos demócratas y generalmente
favorecieron el Partido Demócrata sobre el Republicano, rechazaron la propuesta
de los miembros críticos del partido como Dorothy Healey de
desarrollar relaciones de trabajo más estrechas o “estratégicas” con los
demócratas liberales. Healey, por ejemplo, a finales de los años sesenta
criticó a los líderes del CPUSA por subestimar el potencial de los demócratas
liberales como Eugene McCarthy (un precandidato presidencial en 1968), de quien
algunos izquierdistas, más hacia la izquierda, afirmaban tenía la intención de
cooptar el movimiento popular (Healey, 1993: 206-207).
La Tesis Relacional de
Poulantzas: Apoyo a las Alianzas Estratégicas
En
State, Power, Socialism y otros
trabajos publicados poco antes de su muerte prematura en 1979, Poulantzas
añadió otro elemento al marxismo estructural que había defendido anteriormente.
Según Poulantzas II, la estructura capitalista no es solamente una relación de
dominio, sino una relación de lucha de clases, una dimensión que tiene que
reflejarse en la superestructura del Estado. Así, Poulantzas afirmó que “las
luchas populares atraviesan el Estado de arriba hacia abajo y en un modo bastante
distinto de la penetración de una entidad intrínseca desde el exterior”. En el
mismo trabajo mantuvo que el Estado es “la condensación de las relaciones de
clase” y “un campo estratégico de batalla” en el que los diversos grupos
sociales hacen valer su presencia. Así que la influencia de los sectores
populares va más allá de la mera presión externa de los grupos de interés (Poulantzas,
1978: 141). Poulantzas incluso negó la naturaleza monolítica del
aparato represivo (Poulantzas, 1978: 152, 259). Al mismo tiempo, sin embargo, reconoció que la
estructura capitalista “en última instancia” (una frase usada frecuentemente
por Althusser) es el elemento decisivo. Decir lo contrario sería ver al Estado
como un “sujeto” y dotarlo con “autonomía absoluta”, como hacen, según
Poulantzas, los socialdemócratas – contrario al principio marxista fundamental
del vínculo permanente entre la estructura y la superestructura (Poulantzas,
1978:129, 131; 1979, 198).
La
teoría del Estado y las relaciones de clase de Poulantzas II se prestaron para
las alianzas estratégicas entre los socialistas izquierdistas y los social
demócratas y otros moderados políticos. En primer lugar, el Estado era más
maleable e inestable – debido en gran
parte a los choques entre las fracciones de la burguesía – que lo previsto por
los instrumentalistas y marxistas estructurales. Así, cualquier alianza exitosa
abría la posibilidad de un proceso continuo de su transformación en tándem con
los avances izquierdistas en los frentes políticos y culturales. En segundo
lugar, la visión de Poulantzas II de una “etapa larga” consistente de una serie
de “rupturas revolucionarias” previas al logro definitivo del socialismo implicaba
la factibilidad de alianzas estratégicas con grupos sociales y políticos a la
derecha del Partido Comunista. Según Poulantzas II, este proceso contrasta con
el escenario de un “gran día” cuando la revolución ocurra en la forma de una
batalla final con la participación de sólo los más comprometidos con la causa
socialista (Poulantzas, 1978: 129, 131; 1979: 198). De la misma manera en la
cual el intento del Estado burgués en mantener la hegemonía y garantizar la
estabilidad del sistema a largo plazo implica una estrategia de alianzas, como
planteó Gramsci, los izquierdistas en el poder también necesitan forjar un
nuevo bloque histórico basado en alianzas estratégicas.
En
tercer lugar, Poulantzas II definió la clase obrera solamente como aquellos obreros
ubicados en el sector industrial y al mismo tiempo clasificó gran parte de la fuerza
laboral que no produce plusvalía (o “asalariados no productivos”) como “clase
media” (Poulantzas, 1975: 204). Esta conceptualización lo llevó a solicitar a
la izquierda comunista que fuera más allá de una política de concesiones a una
estrategia a largo plazo de ganar a la clase media mediante el reconocimiento
de la legitimidad de sus diferencias con el proletariado y que viera a ellas como
“diferencias entre el pueblo” (Jessop, 1982: 168-169). En pocas palabras, las
relaciones de clase contempladas por Poulantzas II apuntalaban una alianza
estratégica de base amplia que incluía a las clases obreras y medias, así como ciertas
fracciones de la burguesía.
Poulantzas
aplicó sus formulaciones teóricas a la situación política concreta en Europa al
abogar por alianzas estratégicas de los partidos comunistas con los partidos
socialdemócratas a su derecha. Estos acuerdos iban a ser más incluyentes que
las alianzas tácticas implícitas en el marxismo estructural, y que, como señaló
Poulantzas II, irían más allá de los pactos electorales nacionales para incluir
las convergencias a nivel de las clases populares y las organizaciones sociales
(Poulantzas, 1979: 195). Criticó al PCF por no promover la unidad integral y
agregó que solamente una reorganización del partido le permitiría superar el
dogmatismo y el sectarismo que socavaba la cooperación con los socialistas.
EL PAPEL DEL ESTADO EN
LA TRANSFORMACIÓN SOCIALISTA EN VENEZUELA
La
teoría del Estado de Poulantzas II, a diferencia del estructuralismo de Poulantzas
I y el instrumentalismo duro, era optimista sobre la posibilidad de transformar
el viejo Estado inmerso en el sistema capitalista en un agente del socialismo,
específicamente en el caso de Europa de los años setenta (Poulantzas, 1978: 257).
El pensamiento de Poulantzas
sirvió para justificar la estrategia eurocomunista de formar alianzas
estratégicas con los partidos socialdemócratas a su derecha con el propósito de
ganar el poder a través de elecciones y lograr cambios de gran alcance. Al
defender esta estrategia, Poulantzas fue alentado por la crisis estructural del
capitalismo que se produjo durante los años setenta (Poulantzas, 1979: 195).
Las
condiciones en Venezuela desde la llegada de Chávez al poder han sido, en
varios aspectos importantes, más favorables para la transformación conducida por el Estado que
las de Italia, España, Grecia y otras naciones donde el eurocomunismo tuvo una
presencia importante en los años setenta. De hecho, esta condición propicia
pareció excluir la necesidad del tipo de alianzas estratégicas con los partidos
políticamente moderados promovidas por los eurocomunistas. La aplicabilidad de
Poulantzas II a Venezuela fue señalada
en el prominente blog marxista “Lenin”s Tomb” en un análisis de State,
Power, Socialism: “Tal vez el único lugar donde se ha implementado algo
como esta estrategia [la de Poulantzas] y producido algunos resultados – no el
socialismo, por supuesto – es el caso sumamente excepcional de Venezuela donde
la lucha de las clases populares ha atravesado hasta la cúspide sin ningún
revés serio todavía en vista. (Poulantzas como un coautor del “Socialismo del
Siglo Veintiuno”?). Pero creo que si los planteamientos superiores de
Poulantzas son tomadas en serio, su lógica es revolucionaria” (Seymour, 2012).
El contexto: La
Estructura Capitalista de Venezuela y el Camino Democrático al Socialismo
Varios
rasgos distintivos del gobierno chavista realzaron las posibilidades de lograr
el socialismo democrático dirigido por el Estado en Venezuela y tienen implicaciones
importantes para el debate entre los instrumentalistas y Poulantzas. En primer
lugar, después de los intentos de derrocar a Chávez en 2002-2003, el ejecutivo
nacional ganó el control de las dos instituciones más importantes de la nación:
las Fuerzas Armadas y la compañía petrolera estatal PDVSA. En ambos casos, los partidarios
del gobierno de Chávez reemplazaron a los miembros principales de la
institución que habían participado abiertamente en el movimiento
insurreccional. En segundo lugar, el boom de los precios petroleros a nivel
mundial proporcionó al gobierno recursos para pagar las expropiaciones en
industrias estratégicas y la implementación de programas sociales que
promovieron el empoderamiento de los sectores
marginados de la población.
Finalmente,
los adversarios del gobierno de izquierda estaban en una posición
particularmente débil como resultado de los golpes recibidos tanto antes como
después de 1998. Así, por ejemplo, el impacto desastroso de las políticas
neoliberales de los años noventa desacreditó a los partidos políticos
pro-establishment. Además, la penetración en sectores de la economía por parte
de las multinacionales a finales de los años ochenta y la década de los noventa
fue más extensa que en otras partes del continente, y debilitó al sector
privado venezolano, que estaba envuelto en una intensa rivalidad interna
durante esos años (Ortiz, 2004, 79-82). Del mismo modo, a principios del siglo
veintiuno se observó la disminución de la influencia continental de los Estados
Unidos, como lo demuestra la derrota de la propuesta del Área de Libre Comercio
de las Américas (ALCA) en 2005 y el surgimiento de organizaciones
latinoamericanas unificadas que rivalizaron la Organización de Estados
Americanos (OEA), tradicionalmente dominada por Washington.
Conjuntamente
con estos factores favorables que alimentaron la retórica ferviente de Chávez y
el optimismo de su movimiento, hubo otros que apuntaron en la dirección opuesta.
En primer lugar, Venezuela carecía de los movimientos sociales bien organizados
que allanaran el camino para el ascenso al poder de los izquierdistas y
centro-izquierdistas en otras partes de la región. En segundo lugar, como
productor de petróleo, Venezuela era más dependiente de su recurso bandera que
sus vecinos y, por lo tanto, era particularmente susceptible a fuertes
fluctuaciones de ingresos, al mismo tiempo que su base productiva industrial era
más frágil. Además, la economía rentista de Venezuela creó un sentimiento de
paternalismo entre los venezolanos de todas las clases que presumían que era obligación
del Estado atender a todas sus necesidades (Coronil, 2002: 251-384).
Finalmente, los economistas marxistas destacaron la ilusión generalizada de que
con el surgimiento de gobiernos pro-izquierdistas en la América Latina del
siglo veintiuno, el socialismo era una siguiente etapa fácil, cuando en
realidad el capitalismo global estaba más atrincherado que nunca (Katz, 2015).
Además,
el Estado venezolano no estaba del todo divorciado de la estructura capitalista
dominada por grupos económicos poderosos que eran agresivamente opuestos al
gobierno chavista. El intento de golpe contra Chávez en abril de 2002 y los dos
meses de huelga general de 2002-2003 (en efecto un cierre patronal) hicieron
mucho para definir la relación entre el gobierno y el sector privado. La
principal organización empresarial Fedecámaras dirigió ambos intentos para
cambiar el régimen y de hecho su presidente, Pedro Carmona, fue presidente
provisional de Venezuela por dos días como resultado del golpe. Aunque la
huelga general (así como el golpe) fue derrotada como consecuencia de la
movilización de los sectores populares, la cooperación de algunos empresarios
con el gobierno, particularmente en el área de transporte, fue decisiva al
suministrar gran parte de los bienes de consumo general durante el conflicto. Este
grupo de empresarios anti-golpe consistía de aquellos que hasta cierto punto
eran simpatizantes chavistas, al igual que anti-chavistas que rechazaron el
llamado a huelga por razones profesionales u oportunistas.
Independientemente
de su motivación, los empresarios anti-huelgas naturalmente fueron considerados
por el gobierno más confiables que los miembros de Fedecámaras que siguieron en
su línea. Posteriormente, el liderazgo chavista siguió una política no oficial
de otorgar trato preferencial a los empresarios anti-huelgas y, en efecto, los
privilegió en el otorgamiento de contratos de obras públicas y crédito estatal.
El 4 de febrero, 2003, Chávez anunció “les trancamos la llave a los golpistas,
ni un dólar más para ellos”. Al mismo tiempo instruyó al jefe del recién creado
CADIVI (el sistema para la venta de “dólares preferenciales” a los importadores
a una tasa de cambio artificialmente baja) a rechazar las solicitudes de
divisas por parte de los empresarios comerciales que habían apoyado la huelga general
(El Universal, 5 febrero 2003, p. 1).
Posteriormente, los portavoces de Fedecámaras acusaron al gobierno de promover
estructuras empresariales paralelas.
La
política de discriminación del gobierno contra los empresarios de Fedecámaras
fue una respuesta lógica a la actividad disruptiva e insurreccional de la
organización que contrastaba con su discreción política anterior y su
afirmación (ciertamente engañosa) de ser apolítica, que se remontaba a su
fundación en 1944 (Ellner, 2014: 151). Al seguir esta estrategia,
sin embargo, el liderazgo chavista descartó el argumento de que el gobierno
debería mantener la transparencia por encima de todas las consideraciones
políticas y por lo tanto abstenerse de mostrar preferencia por ningún
empresario o grupo económico en particular. La estrategia del gobierno
favoreció a un grupo de pequeños y medianos empresarios, algunos de los cuales
eran de origen árabe, a expensas de la burguesía tradicional, que formaba la
columna vertebral de Fedecámaras y mantenía vínculos con Estados Unidos y
Europa a través de nexos económicos, educativos y familiares. La élite
económica emergente comenzó con poco capital y en algunos casos acumuló una
riqueza significativa durante la presidencia de Chávez. Bajo los gobiernos
chavistas, incursionaron en el área de las importaciones y proyectos de obras
públicas locales, de los que tuvieron un desempeño relativo, pero no lograron
desarrollar una capacidad financiera e industrial viable o el grado de
competitividad para llevar a cabo megaproyectos. Como resultado de lo anterior,
para muchos de los proyectos de gran escala y complejos, el gobierno cambió de
los socios tradicionales a otros nuevos en el extranjero. La compañía brasileña
Odebrecht, por ejemplo, recibió contratos para una diversidad de obras que
incluyeron mega proyectos como la construcción de dos puentes sobre el Río Orinoco,
la expansión del metro de Caracas, los sistemas ferroviarios y un terminal de
carga de tanqueros petroleros costa afuera en Jose, Anzoátegui. En otros casos,
el gobierno se vio en la necesidad de restablecer las relaciones de trabajo con
las empresas venezolanas tradicionales.
La
estrategia chavista tuvo más éxito en el frente político – al menos en el corto
plazo – que en el económico. Un ejemplo de los empresarios pro-chavistas es Miguel
Pérez Abad, quien pertenece al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y
ha tenido aspiraciones políticas. Pérez Abad encabezaba la organización
empresarial Fedeindustria, que articula los intereses de los pequeños y
medianos empresarios. El y otros empresarios pro-chavistas defendían las
políticas del gobierno de abrir oportunidades para los empresarios,
particularmente con la aceptación de Venezuela como miembro con plenos derechos
de Mercosur (que se consideró un logro chavista importante). Los empresarios
pro-chavistas argumentaban que el gobierno había logrado aumentar la producción
pero también el poder adquisitivo de la gente, por lo que era imperativo
simplificar las tramitaciones burocráticas para facilitar las importaciones que
tanto se necesitaban. También asistían regularmente a reuniones y asambleas
convocadas por Chávez, y luego por Maduro, con el fin de dirigirse a los
miembros del sector privado (Bilbao, 2008: 196).
No
obstante, la política de favorecer a los empresarios pro-chavistas no logró el
objetivo de estimular altos niveles de producción e inclusive resultó propicio
para actividades de dudosa legalidad. Estas consecuencias decepcionantes fueron
evidenciadas por la crisis financiera de 2009, cuando el gobierno expropió más
de trece instituciones financieras, encarceló por lo menos a ocho banqueros y
ordenó el arresto de otros cuarenta más que huyeron del país. Entre los
banqueros estaban varios que con poco dinero se hicieron ricos aprovechándose
de la determinación del gobierno de esquivar a la burguesía tradicional y
depositar su dinero en nuevas instituciones financieras. Uno de ellos, Arné
Chacón, era el hermano de un importante ministro chavista (ambos habían participado
en la intentona de golpe de noviembre de 1992 apoyado por Chávez), que como
resultado renunció a su cargo. Otro fue el empresario del transporte, hasta ese
momento relativamente desconocido, Ricardo Fernández Barrueco, cuya fortuna se
estimaba en más de un millardo de dólares y cuyas principales empresas fueron
expropiadas como resultado del escándalo. Tanto Chacón como Fernández pasaron
tres años en prisión a partir de diciembre de 2009.
Un
segundo escándalo, que aparentemente involucró a la burguesía emergente,
estalló en 2013 cuando dos altos funcionarios gubernamentales anunciaron que el
año anterior CADIVI había vendido cerca de veinte mil millones de dólares a la tasa
preferencial para el propósito de pagar solicitudes de importaciones falsas. Al
igual que en 2009, algunos (aunque no todos) de los implicados, evidentemente
tenían estrechas relaciones de trabajo con el gobierno chavista.
La
aguda escasez de 2013-2015 demostró que la estrategia del gobierno para
estimular la producción no dejó los resultados deseados. Las cooperativas de
trabajadores promovidas por el gobierno y “las compañías de producción social”
así como las empresas recientemente expropiadas, particularmente en el sector
alimentario, no suministraron la cantidad suficiente de bienes para llenar los
vacíos creados por la escasez. Del mismo modo, los resultados de la estrategia
del gobierno de fomentar el crecimiento de nuevas empresas que pertenecían a
los llamados “empresarios productivos” estuvieron muy por debajo de las
expectativas.
Además,
los miembros de la burguesía emergente que habían recibido respaldo
gubernamental no siempre resultaron ser aliados confiables. Un ejemplo notable
fue Alberto Cudemus, que había demitido de Fedecámaras en 2007 después de dos
intentos infructuosos por llegar a su presidencia sobre una plataforma de
mantener relaciones amistosas con el gobierno chavista, y oponerse a la
politización de la organización. Como el comerciante de porcinos más grande de
la nación y el presidente de la Federación Venezolana de Porcicultura (Feporcina),
Cudemus recibió contratos para abastecer a la empresa estatal de alimentos
Mercal de acuerdo con la política de apoyo a la burguesía “productiva” no
tradicional. Sin embargo, para el año 2014, Cudemus criticó la legislación
emblemática de Maduro, la “Ley de Precios Justos”, como un “retroceso a los
conceptos de los años sesenta”, y atribuyó el déficit de producción de la
nación en parte a la Ley Orgánica del Trabajo (LOTTT) de 2012, que Maduro había
ayudado a redactar. Maduro respondió atacándolo, como también al presidente de
Fedecámaras Jorge Roig, quienes coincidieron en su análisis de la crisis y los
pasos necesarios para superarla.
El
desempeño del gobierno de Maduro en contrarrestar la especulación de precios,
el acaparamiento, el contrabando y la corrupción tuvo aspectos positivos y
negativos. Por una parte, su falta de reacción inmediata y decisiva en el caso
de Cadivi contrastaba con la firmeza de la respuesta de Chávez a la crisis
financiera de 2009. También contrastaba con la bandera principal del movimiento
chavista desde su comienzo, que era la lucha frontal contra la corrupción. Por
otra parte, encarceló a unas doscientas personas acusadas de corrupción en
2013, entre ellas varios líderes chavistas de nivel medio. En otra medida sin
precedentes, Maduro aprobó la Ley de Precios Justos, que definió la
especulación de precios como la ganancia superior al 30 por ciento del costo.
Su reconocimiento de la posible existencia de una “boliburguesía” (empresarios “chavistas”
que acumularon una riqueza significativa sobre la base de un pequeño capital
original) demostró que por lo menos reconoció el peligro del desarrollo de un “capitalismo
de compadres”, aún cuando las medidas tomadas para frenar ese desarrollo eran generalmente
tímidas.
A
partir de finales de 2013 el gobierno declaró la guerra contra la especulación
y el acaparamiento, con inspecciones que resultaron en tomas temporales de
empresas, confiscación de mercancía, procedimientos judiciales y el
encarcelamiento de más de cien gerentes de empresas. No obstante, el año
siguiente el presidente Maduro evidentemente aceptó la insistencia de
Fedecámaras en que la aplicación de los castigos penales fuese consecuencia de
procedimientos judiciales, con toda la lentitud que ese proceso implicaba, y
que antes de llegar a un veredicto en los tribunales, el gobierno debería
abstenerse de hacer público los detalles del caso.
Las
reuniones de alto nivel entre el ejecutivo y miembros de la burguesía
tradicional y no tradicional a principios de 2014 indicaron un giro en la
política y estrategia en ambos lados. Las reuniones, que formaban parte de un
“diálogo de paz” con los sectores organizados de la población, fueron diseñadas
para hallar solución a los problemas de escasez, especulación y acaparamiento y
también poner coto a las protestas disruptivas promovidas por la oposición que
estallaron en febrero de 2014. La posición más conciliadora del gobierno hacia
Fedecámaras, y su promesa de no discriminar contra la misma, representó un
reconocimiento que la burguesía emergente era incapaz de desarrollarse en una
fuerza dinámica para reemplazar los grupos empresariales tradicionales.
Fedecámaras, por su parte, aceptó la participación en el diálogo a pesar que
los partidos de oposición la rechazaron, en marcado contraste con la alianza
político-empresarial destinada a derrocar al gobierno en 2002-2003. La decisión
de Fedecámaras de aceptar la invitación de Maduro para reunirse en el palacio
presidencial fue también un reconocimiento de que sus miembros habían sido
afectados gravemente por la política preferencial del gobierno hacia la
burguesía emergente.
La
anterior discusión esclarece los vínculos que existen entre el Estado y la
estructura capitalista en Venezuela, a pesar del compromiso socialista de los
que estaban en el poder y la aguda polarización que contrapuso el sector
empresarial tradicional contra el gobierno chavista. Varios temas
planteados en este artículo sobre las teorías marxistas del Estado son
subyacentes a la relación entre los chavistas y los grupos empresariales.
Específicamente, el debate sobre si los problemas de escasez, especulación de
precios, acaparamiento y contrabando fueron inducidos por razones políticas, o
se debieron a las condiciones del mercado, arroja luces sobre la conciencia de
clases, la cohesión y la fragmentación de la clase capitalista venezolana (Tema
1 en las Tablas 1, 2, y 3). Las siguientes secciones también están relacionadas
con las diferentes estrategias defendidas por los izquierdistas venezolanos (Temas
2 y 3 en las Tablas 1, 2, y 3), y el debate teórico concomitante.
“Conciencia de Clase” y
la Teoría de la “Burguesía Progresista” Aplicada al Caso Venezolano
El
tema de la conciencia de clase de la burguesía, que ayudó a definir las
diferencias entre el instrumentalismo y el marxismo estructural, tiene un significado
especial para la política izquierdista latinoamericana del último siglo. Para
el instrumentalismo, la burguesía defiende activamente sus intereses tanto los
de corto como de largo plazo. En un ejemplo de esta perspectiva, los comunistas
latinoamericanos y otros izquierdistas tradicionalmente postulaban que la
burguesía industrial “progresista” tiene una visión hacia el futuro y es capaz
de resistir la presión proveniente de la derecha anticomunista. Según la
izquierda tradicional, la burguesía, o un sector de ella, lejos de situarse al
margen, participa activamente en la política en función de sus intereses
estructurales. La siguiente subsección discutirá la experiencia de la izquierda
latinoamericana con la estrategia hacia los “empresarios progresistas” y su
aplicación al caso venezolano, y luego sacará conclusiones en base de las
teorías marxistas del Estado.
El
concepto de la “revolución democrática nacional”, promovida por la Tercera Internacional
(el Comintern) entre las dos guerras mundiales, preveía la existencia de una
burguesía industrial que desempeñaba un papel directo en la lucha contra el
imperialismo al aliarse con organizaciones obreras y partidos de la izquierda.
Del mismo modo, el intento del gobierno chavista de promover una alianza con la
burguesía emergente de Venezuela, que rechazaría la presión de los poderosos
intereses económicos tradicionales encabezados por Fedecámaras, también
presuponía una conciencia de clase avanzada y un grado de audacia que recordaba
los esquemas antiimperialistas del siglo veinte. En ambos casos la estrategia se
apoyaba en un vínculo directo entre los capitalistas y un Estado progresista.
La
vinculación tangible entre los capitalistas y el Estado se puso de manifiesto
en la estrategia defendida por Luis Miquilena, la mano derecha de Chávez
durante los primeros años de su presidencia. Miquilena había sido un miembro
importante del movimiento comunista en los años 40, y luego de dimitir, desarrolló
estrechos vínculos con empresarios fuera de la burguesía tradicional. Como
secretario de finanzas del movimiento chavista, Miquilena obtuvo grandes sumas
de dinero para la campaña presidencial de 1998 provenientes de los empresarios,
y luego como Ministro del Interior cultivó relaciones cercanas con algunos de
ellos. En discusiones internas, Miquilena apoyó la incorporación de miembros
“honestos” de la burguesía en el movimiento, al mismo tiempo que propuso (junto
a sus aliados chavistas) la privatización del sistema de salud y advirtió
contra las reformas radicales incluyendo la retroactividad de las prestaciones
sociales.
Miquilena
estuvo influenciado por la estrategia de dos etapas, defendida durante mucho
tiempo por los Partidos Comunistas de América Latina.[6]
Según este enfoque una “burguesía nacional progresista” concentrada en el
sector industrial – en contraposición a las esferas comercial y financiera –
desempeñaba un papel activo en el logro de objetivos nacionalistas e incluso
antiimperialistas antes de iniciar la lucha por el socialismo. La estrategia
contemplaba una alianza estratégica entre la izquierda y esta burguesía
progresista. El concepto sustentó el frentismo popular en los años treinta y la
formación de alianzas en décadas posteriores (Miquilena, 2000).
La
tesis de la “burguesía progresista” parecía comprobar la aplicabilidad en los
países en desarrollo de la perspectiva que enfatiza la influencia tangible de
la clase capitalista sobre el Estado en favor de sus intereses sistémicos a
largo plazo. La estrategia comunista – en concordancia con esta línea –
contemplaba una vinculación entre una fracción de clase de la burguesía que
estaba consciente de sus intereses a largo plazo y un movimiento de base amplia
que iba a alcanzar el poder por medios electorales. No obstante, durante el
periodo de sustitución de importaciones y nacionalismo económico en América
Latina, tales vínculos fueron históricamente frágiles, como fue demostrado por
las relaciones “ambiguas” entre los industriales argentinos y el gobierno de
Juan Domingo Perón en los años cuarenta y cincuenta (Collier y Collier, 1991: 333).[7] En
el caso de Venezuela, el Partido Comunista (PCV) apoyó a varios gobiernos
progresistas desde 1941 hasta 1948 que promovieron la intervención del Estado
en la economía. No obstante, el único ejemplo de una presencia marcada de un
miembro de la burguesía industrial fue el periodo de dos años de Eduardo
Mendoza Goiticoa (hermano del magnate del cemento Eugenio Mendoza) como Ministro
de Agricultura y Cría bajo el gobierno de Rómulo Betancourt.
Teniendo
en cuenta el curso completo de la historia latinoamericana del siglo veinte hasta
el inicio de la globalización en los años ochenta, es evidente que los
comunistas exageraron cuando plantearon la existencia de una “burguesía
nacional progresista”. La burguesía industrial difícilmente pudiera
considerarse antiimperialista, ni cumplía con el papel de una fracción de clase
que era políticamente enérgica y decidida y consciente de sus intereses a largo
plazo, según lo sugerido por la tesis instrumentalista. Esta deficiencia, sin
embargo, no descarta la existencia de una burguesía que – contrario a las
afirmaciones de muchos en la extrema izquierda – ocasionalmente adoptaban
posiciones, aunque tímidamente, que apuntan en la dirección del desarrollo
nacional autónomo. Mientras la burguesía nacional se abstuvo de respaldar el nacionalismo
económico como bandera, sus puntos de vista generalmente iban de la oposición
leve al apoyo pasivo a los gobiernos que perseguían esas políticas.
En
las últimas décadas, la izquierda latinoamericana ha abandonado en gran parte
la tesis de la “burguesía nacional”. No obstante, la tendencia a diferenciar
entre la “buena” y la “mala” burguesía continuó manifestándose dentro del
movimiento chavista después de la deserción de Miquilena en el momento del
golpe de abril de 2002. Las corrientes moderadas dentro del partido chavista,
inicialmente dirigidas por Miquilena, insisten en que hay sectores de la
burguesía que son “honestos” y “productivos”, aunque se abstienen de
etiquetarlos “antiimperialistas”, o inclusive “progresistas”. El presidente
Maduro ocasionalmente empleaba el término “empresarios productivos” para
referirse al sector industrial privado.
La
directora de formación ideológica del partido chavista, Aurora Morales, señaló
que después de la salida de Miquilena los chavistas rechazaron su visión de un
movimiento multi-clasista que incorporaría empresarios representantes de la
burguesía productiva (Morales, 2004). Añadió que la priorización de los
sectores populares por parte del gobierno de Chávez, basándose en que son los
que más necesitan el apoyo estatal, excluía el concepto de un partido multi-clasista
que incluyera representantes de la élite. Cuando el partido chavista se declaró
oficialmente socialista en 2005 y dos años más tarde se convirtió en el Partido
Socialista Unido de Venezuela (PSUV), en efecto, descartó una participación
directa de los capitalistas en la toma de decisiones del partido.
Sin
embargo, la relación precisa entre el partido chavista y el gobierno, por un
lado, y sus aliados del sector privado, por el otro, sigue siendo poco clara.
Dentro del movimiento chavista ha habido poca discusión sobre el tema. Sin
embargo, es un hecho conocido que algunos chavistas elegidos a cargos a nivel
local están asociados con empresas de construcción que reciben contratos para
realizar obras públicas. Una práctica relacionada, que no ha sido suficientemente
denunciada y no se ha debatido, es el procedimiento notorio heredado del
periodo anterior a Chávez de cobrar a las empresas constructoras un porcentaje
del valor de cada contrato de obras públicas que se otorgan. El caso de Cadivi
sugiere que estos vínculos son significativos. El presidente Maduro contribuyó
a la credibilidad de las acusaciones sobre relaciones comerciales, poco éticas,
cuando reconoció la posible existencia de una “boliburguesía”, un término usado
por los anti-chavistas y también los de la izquierda más radical (Rangel,
2006).
Un
segundo ámbito de ambigüedad es la falta de precisión en cuanto al papel que
los pequeños y medianos empresarios deben desempeñar en la construcción del
socialismo en Venezuela. La espinosa cuestión de si un partido comprometido con
el socialismo puede considerarlos aliados y de cómo distinguir empíricamente
entre medianos y grandes capitalistas nunca se ha abordado seriamente en el
movimiento chavista. La posición del PSUV sobre estos asuntos claves inevitablemente
influenciaría las relaciones entre el gobierno chavista y el sector privado.
En
resumen, los gobiernos chavistas desarrollaron vínculos tangibles con la
burguesía emergente, a pesar de que ese sector no resultó progresista,
particularmente confiable, ni productivo. La naturaleza de los vínculos se ve
obscurecida por la falta de debate dentro del movimiento chavista respecto al
papel que se espera que el sector privado desempeñe en el proceso de cambio.
Estas relaciones indican que incluso en las naciones capitalistas cuyos
gobiernos están comprometidos con el socialismo, los vínculos estrechos y
continuos con el sector privado surgen, a menudo, como el resultado no
anticipado de la estrategia del gobierno para contrarrestar las amenazas
insurgentes de la derecha apoyada por los grupos empresariales tradicionales.
La
infructuosa experiencia de los chavistas con la clase empresarial emergente y
la experiencia histórica de la estrategia de la izquierda latinoamericana de la
“revolución democrática nacional” son instructivas por lo que revelan sobre la
“conciencia de clase” de la burguesía. Lo más resaltante en el caso del esquema
de la “revolución democrática nacional” es que los que la implementaron no
lograron el apoyo activo de la misma fracción de clase que más iba a beneficiase
por la estrategia del nacionalismo económico. En el caso de Venezuela, Chávez
ofreció a los empresarios emergentes una oportunidad de oro para reemplazar a
la burguesía tradicional, pero su desempeño decepcionante forzó al gobierno de
Maduro a reconsiderar la estrategia y negociar con Fedecámaras.
En
América Latina, la conciencia de clase de la burguesía y específicamente en
referencia a la defensa de sus intereses a largo plazo – implica una estrategia
audaz de alianzas con sectores populares diseñada para combatir la penetración
de las empresas multinacionales. Históricamente, sin embargo, la burguesía
industrial se ha quedado corta en cuanto al esfuerzo de lograr estos objetivos.
En el caso de Venezuela, la bifurcación entre la burguesía tradicional y la
burguesía emergente no puso en evidencia la conciencia de clase de esta última
que era incapaz de, o no quería, desplazar a la primera, aprovechándose del
apoyo del gobierno para promover el desarrollo económico autónomo. Por otra
parte, la fragmentación de clase (básica para el análisis de Poulantzas II)
desempeñó un papel político importante cuando la burguesía emergente ayudó a
apuntalar al gobierno chavista frente a una oposición agresiva. En resumen, las
posiciones teóricas del instrumentalismo y Poulantzas sobre la conciencia de
clase de la burguesía y las fracciones de clase son pertinentes para entender los
desafíos claves que han enfrentado los gobiernos chavistas.
Marcos Teóricos para
Entender los Problemas Económicos que enfrentan los Gobiernos Chavistas:
Instrumentalismo vs. Estructuralismo
Los
activistas y analistas de izquierda han presentado dos explicaciones básicas de
los principales problemas económicos que han enfrentado los gobiernos
chavistas. El problema más apremiante era la escasez de productos básicos, que
se remonta a la huelga general de 2002-2003. Inmediatamente después del
conflicto, el gobierno intentó afrontar sus efectos adversos mediante la
aplicación del sistema de control de cambio y de precios, lo que a su vez
desencadenó actividades ilícitas, específicamente especulación, acaparamiento y
contrabando. Según una explicación, propia del pensamiento instrumentalista
sobre la conciencia de clase de la burguesía, los problemas fueron inducidos
para abrir el camino al cambio del régimen. En el primer caso de “guerra
económica” contra el gobierno, Fedecámaras encabezó la huelga general de
2002-2003 que virtualmente paralizó la producción y en el proceso amenazó con
desencadenar una inflación desenfrenada. El próximo caso de escasez aguda fue
durante los meses previos al referéndum nacional sobre la propuesta de reforma
constitucional de 2007, que el sector privado consideraba una amenaza
peligrosa. El sector empresarial, según la primera explicación, intensificó la
guerra económica tras la muerte de Chávez en 2013 para aprovecharse de una
crisis anticipada en el liderazgo chavista. El presidente Maduro y los líderes
chavistas a finales de 2013 usaron frecuentemente el término “guerra económica”, lo cual implicaba
que la crisis fue inducida por razones políticas. De manera similar, las
corrientes izquierdistas del PSUV tendieron a enfocarse exclusivamente en las
motivaciones políticas de lo que ellos llamaban una “situación provocada”.[8] La
explicación política se fundamentaba en la perspectiva instrumentalista que
veía al sector privado consciente de sus intereses y dispuesto a actuar
agresivamente como un bloque poderoso para defender su condición hegemónica.
Los
chavistas también presentaron una segunda explicación de los problemas
económicos de la nación que estaba en línea con el marxismo estructural, con su
énfasis en la lógica económica del capitalismo que incluye las exigencias del
mercado, en contraposición a la influencia personal y política de los capitalistas.
Según este punto de vista, las distorsiones del mercado llegaron a un extremo
en un periodo corto entre 2012 y 2013, cuando la disparidad entre la tasa de cambio
del mercado abierto y la oficial pasó de dos a uno a casi diez a uno. El
resultado previsible fue no solamente la escasez, el contrabando, el
acaparamiento y la especulación de precios, sino también la corrupción a medida
que la disparidad creciente entre el cambio oficial y no-oficial de la moneda
aumentó los beneficios que se derivaban de la actividad económica ilícita.
Aquellos que dieron mayor peso a la segunda explicación tendieron a pertenecer
a una corriente chavista moderada, que hacía hincapié en los resultados
positivos del diálogo con el sector privado y atribuía las dificultades
económicas de la nación, en gran parte, a las políticas fiscales que
necesitaban ser reformuladas.
Los
partidarios de la segunda explicación favorecían la modificación o el
levantamiento de los controles cambiarios y de precios para atraer inversiones
con el propósito de estimular las exportaciones a los países de Mercosur y
otras partes de América Latina. Los moderados concluyeron que la debacle de la
escasez de 2013-2015 demostró que los socialistas necesitan tomar en serio las
condiciones del mercado, aunque su estrategia es eventualmente eliminarlo. Los
moderados también cuestionaron la plausibilidad de la “teoría de la
conspiración”, asociada con el instrumentalismo (aunque negado por algunos
instrumentalistas – Domhoff, 1990: 69, 187), que acusaba a los capitalistas de
perpetrar sabotaje económico. El ex ministro y economista chavista Víctor
Álvarez, por ejemplo, que abogó por un sistema de bandas que permitiera que la
tasa de cambio se aproximara siempre al valor real del bolívar, argumentó que
“el problema fundamental que confronta Venezuela es económico” y que el
principal desafío que enfrenta el gobierno era el diseño de políticas
técnicamente sólidas para reemplazar la economía rentista (El Nacional, 29 de junio de 2014, p. 2). Oscar Schemel, un analista
de opinión pública cercano al chavismo, fue más específico cuando afirmó que
“ni el imperialismo estadounidense ni la oligarquía deben ser chivos
expiatorios, ya que lo que se necesita es un enfoque más racional de la
economía para superar la escasez que enfrentamos” (Schemel, 2014).
Ambos
factores que explican la escasez están en juego en formas importantes: el
incentivo económico para vender mercancías en el mercado negro o mediante el
contrabando debido a la gran disparidad entre los precios oficiales y los no
oficiales; y el motivo político para debilitar el gobierno chavista. La primera
motivación corresponde al enfoque marxista estructural sobre la lógica
económica del sistema capitalista, mientras que la segunda coincide con el
argumento instrumentalista respecto al comportamiento político consciente de
clase de los capitalistas. Las dos teorías difieren en cuanto a cuál de los dos
factores constituyen “en última instancia” la explicación fundamental.
Las
dos explicaciones, sin embargo, pueden ser complementarias, en cuyo caso
determinar cuál es la más “fundamental” se convierte en un punto difícil de
determinar. Así, por ejemplo, la desestabilización económica se hizo más
intensa en los periodos de conflicto político agudo, específicamente la huelga
general de 2002-2003, los meses antes del referéndum sobre la propuesta de
reforma constitucional, y el periodo posterior a la muerte de Chávez en
2013-2014. Estas secuencias dieron credibilidad a la tesis del sabotaje
económico motivado políticamente (perspectiva instrumentalista). Sin embargo,
una vez que los productos básicos se hicieron escasos, la especulación de
precios, el acaparamiento y el contrabando obedecieron a la lógica del mercado
(perspectiva marxista estructural) ya que el aumento de incentivos para la
actividad ilícita desafió la capacidad de la burocracia del Estado de hacer cumplir
la ley e implementar correctivos.
En
otro ejemplo de interacción entre las dos dinámicas, la actividad insurgente de
la oposición en 2002-2003 y las protestas perturbadoras de 2014 y 2017
influyeron en el gobierno para llevar a cabo políticas populistas para
garantizar el apoyo popular, lo que se consideró un imperativo en momentos de
peligro político inminente. Específicamente, las protestas obligaron al
gobierno a mantener los precios regulados muy por debajo del valor del mercado,
fomentando así el surgimiento de un mercado negro y socavando las empresas
recién expropiadas que no podían cubrir los costos de producción. Por lo tanto,
la desinversión por razones políticas (de acuerdo con el enfoque
instrumentalista) creó desajustes en el mercado antes de los cuales el gobierno
fue reacio a corregir a través de políticas de austeridad, consciente del
precio político que tendría que pagar.
En
estos casos, una vez que el conflicto político fue superado, los líderes
chavistas no podían culpar a la oposición por la persistencia de las
dificultades económicas. Las medidas técnicamente sólidas destinadas a corregir
los desequilibrios creados por el sector privado. y por la movilización de las
fuerzas de oposición, corrieron el riesgo de producir una inflación
desenfrenada y una reacción peligrosamente adversa en la población. Así, la
resistencia política por parte de la burguesía a un gobierno de izquierda
genera una serie de distorsiones económicas a largo plazo que tienen una lógica
propia después que la amenaza política disminuye.[9]
Esta dinámica que combina una oposición política despiadada y distorsiones
extremas del mercado representa un reto desafiante para la construcción
socialista. De hecho, explica en gran medida los dilemas básicos del socialismo
del siglo XX, como el fracaso en lograr un despegue en la producción de bienes
de consumo
Las Estrategias para Lograr el Socialismo y el
Debate sobre el Estado Venezolano
Las
teorías sobre el Estado aplicadas a Venezuela tienen implicaciones distintas en
cuanto a la estrategia y el análisis izquierdistas. Específicamente, apoyan
diferentes posiciones sobre dos temas que se discutirán a continuación: la
viabilidad de alianzas con el sector empresarial; y la caracterización de la
transición socialista, bien sea por etapas o por un “proceso” continuo de
transformación. Como indican las Tablas 1, 2, y 3, los términos de debate para
el análisis del Estado desde una perspectiva marxista difieren entre la Europa
de los años setenta y Venezuela. El
contraste es particularmente pronunciado en el caso de Poulantzas II,
mientras que las implicaciones del instrumentalismo son básicamente las mismas
en el contexto europeo y el venezolano.
El
Enfoque Instrumentalista
Los analistas y
activistas izquierdistas han aplicado la tesis instrumentalista sobre los
vínculos tangibles y personales entre la estructura capitalista y el Estado a
Venezuela bajo el gobierno chavista, tal como Miliband y otros lo hicieron en
el contexto de Europa y los Estados Unidos, como se describió en la primera
sección de este artículo. Aquellos que escriben en la tradición
instrumentalista señalan que los vínculos de los líderes chavistas con la
burguesía emergente constituyen una relación excesivamente estrecha que impide
una mayor radicalización. El análisis instrumentalista señala las múltiples
formas en las que los empresarios, llamados a veces la “boliburguesía”, han
penetrado la esfera del Estado a través de conexiones legítimas e ilegítimas.
Un ejemplo de esto último es la notoria vieja práctica que ha continuado en el
gobierno chavista del pago de comisiones por las obras públicas.
Tabla 1: Las Posiciones
de la Teoría Instrumentalista sobre Temas Críticos en Dos Contextos Distintos
Tres
Temas Críticos
|
Posiciones
Izquierdistas en las Naciones Desarrolladas bajo Circunstancias Normales
|
Posiciones
Izquierdistas en la Venezuela Chavista
|
Tema
1: Conciencia de Clase de la Burguesía o Sectores de ella
|
La burguesía es en
gran parte cohesiva y tiene conciencia de clase
|
El sabotaje económico
motivado políticamente y desatado por Fedecámaras demuestra la conciencia de
clase de la burguesía; la “burguesía emergente” ha penetrado el aparato del
Estado.
|
Tema
2: Formación de Alianzas
|
Rechazo de las
alianzas con los movimientos y los partidos con vínculos en los asientos del
poder
|
Critica los vínculos
del gobierno con el sector empresarial
y la ausencia de chavistas radicales en el gobierno.
|
Tema
3: Naturaleza de la Transición al Socialismo
|
La revolución ocurre
mediante una ruptura (o rupturas) radical definitiva con el pasado; apoya el
concepto de “poder dual” de Lenin.
|
El viejo Estado
venezolano, a pesar de ser controlado por socialistas, no puede romper el
dominio de la estructura capitalista. Es necesario que las estructuras
paralelas desplacen a las estructuras existentes incluyendo las del viejo
Estado.
|
Algunos
analistas y activistas que representan diferentes corrientes y tradiciones
izquierdistas se aproximan al instrumentalismo centrándose en los compromisos
personales e ideológicos de quienes están en el poder y la penetración del
Estado venezolano por representantes del viejo orden. La convergencia de estos
izquierdistas provenientes de diversas tradiciones pone en evidencia la
relevancia del instrumentalismo, incluso en su versión simplista o dogmática,
para estructurar temas que están en el centro del debate en la Venezuela
chavista. Algunos de estos izquierdistas alcanzaron prominencia en distintos
momentos de la presidencia chavista, como Alan Woods, un miembro destacado de
la Tendencia Marxista Internacional (TMI) trotskista, quien fue asesor de
Chávez; el ex viceministro de Planificación y activista de movimientos sociales
Roland Denis; el renombrado intelectual de larga trayectoria y ex líder
político Domingo Alberto Rangel (quien fue uno de los primeros en usar el
término “boliburguesía” en 2006); y más recientemente el ex guerrillero y
columnista Toby Valderrama. Tanto Woods como Denis descartaron la
transformación del Estado venezolano existente y en cambio defendieron la
estrategia de poder dual asociada con Lenin, en la que nuevas instituciones
independientes como las “misiones” de educación y las milicias remplazarían al sistema
escolar establecido y las Fuerzas Armadas respectivamente. Del mismo modo, las
instituciones “representativas” como los gobiernos municipales eventualmente
serían desplazadas por el “poder del pueblo” (tal como lo encarna los consejos
comunales y las comunas), en contraste con el modelo defendido por los chavista
moderados que favorecen la coexistencia de la democracia representativa y
“participativa”.
Woods
y sus seguidores trotskistas venezolanos se adhirieron a la visión
instrumentalista al argumentar que el Estado venezolano estaba estrechamente
ligado a la estructura capitalista y fue penetrado “en todos los niveles” por
“contrarrevolucionarios”; el Estado, lejos de ser un vehículo para un cambio de
gran alcance, tendría que ser eventualmente remplazado (Woods, 2008: 415; ver
también, Valderrama y Mena, 2005: 69). En consonancia con el instrumentalismo
(ver Tabla 1), Woods consideraba que la “revolución” consistía en grandes
rupturas radicales y definitivas con el pasado, como la expropiación de la
banca y grandes fincas agrícolas durante un periodo relativamente corto. Woods
junto con la ex filial venezolana de la TMI, la Corriente Marxista
Revolucionaria (CMR, que en 2010 se separó como parte de un cisma trotskista
internacional) argumentaron que casi todos los gerentes estatales y la
burocracia del Estado en general “pelearían con las uñas y los dientes para
mantener la lucha dentro del marco capitalista” (CMR, 2013: 3). Woods también
señaló que los miembros de las tendencias chavistas de izquierda (que incluían
a Eduardo Samán, quien fue removido dos veces de su posición gubernamental), y
Luis Tascón (a quien se le negó el ingreso en el PSUV) estaban en gran parte
ausentes de los altos cargos gubernamentales. Sin embargo, a diferencia del
“instrumentalismo duro” al que se adhirieron otros trotskistas, Woods y sus
seguidores venezolanos se abstuvieron de plantear que el liderazgo chavista y
el mismo gobierno eran representantes del sistema capitalista y, en cambio,
señalaron a los “burócratas” del Estado como una fuente principal de
resistencia a la transformación verdadera. En ese sentido, el análisis de Woods
fue menos rígido o dogmático que otros grupos trotskistas, que clasificaron al
gobierno chavista como “burgués” y que fueron acusados por Woods de defender
posiciones “ultra-izquierdistas” (Woods, 2009, 12-14; 2008, 391-392).[10]
El
análisis de Woods se caracterizó por un enfoque personalista, que fue también
el caso con los escritores instrumentalistas criticados por Poulantzas en su
debate con Miliband. Woods veía a Chávez como virtualmente solo entre los
principales líderes chavistas en su demostración de tenacidad política y le dio
todo el crédito por los avances de su gobierno, sin referirse al papel positivo
que pudiera haber desempeñado otros líderes políticos o miembros de su gabinete.
La CMR articuló esta perspectiva con referencia a Chávez: “El coraje, la fuerza
de carácter y la determinación de los líderes juegan un papel importante en la
historia, y en momentos críticos, pueden ser decisivos para el proceso
revolucionario” (CMR 2013: 2).
Los
que se adhirieron a la perspectiva instrumentalista aplicaron dos conceptos a
la política venezolana bajo Chávez. Roland Denis, que escribe en la tradición
libertaria, argumentó que el “poder constituido” (formado por los burócratas, los
líderes del PSUV y otros miembros de la clase gobernante) estaba enfrentado a
los sectores populares organizados, o el “poder constituyente”, y representaba el
verdadero obstáculo al cambio en Venezuela. Toby Valderrama, cuya formación
política estaba más en concordancia con el marxismo ortodoxo, llamó a una
“revolución en la revolución”, un término usado ocasionalmente por Chávez y
Maduro pero que reflejaba el pensamiento de los chavistas radicales. Ambos
conceptos implicaban que el enemigo era claramente identificable y se
encontraba dentro del movimiento. La noción de “poder constituido-poder
constituyente” y, aunque en menor medida, el concepto de la “revolución en la
revolución” reflejan una visión polarizada típica del pensamiento
instrumentalista, en la que están trazadas, con claridad, las líneas entre
revolucionarios y contrarrevolucionarios.
En
el contexto de la política europea y estadounidense de los años sesenta y
setenta, la línea de pensamiento instrumentalista – con su afirmación de que la
influencia continua y directa de los capitalistas sobre los políticos en el
poder supera con creces a la de los sectores populares – se oponía a las
alianzas izquierdistas con los moderados políticos que estaban cerca de los asientos
del poder. En el contexto de la Venezuela chavista, la visión instrumentalista
de los tentáculos perniciosos de la clase capitalista, que penetran la esfera
política, condujo a conclusiones similares. Como indica la Tabla 1, la
perspectiva instrumentalista se prestó a una posición crítica sobre el llamado
a alianzas con los empresarios, formulado tanto por Chávez como por Maduro
(ver, por ejemplo, Bilbao, 2008: 182, 195-196).
El Enfoque Marxista Estructural
El
pensamiento marxista estructural se prestó al apoyo de alianzas tácticas con el
sector empresarial propuesto por Chávez y Maduro. El acuerdo “táctico” fue
diseñado para estimular la producción con el fin de superar la escasez. Tal
objetivo era más modesto que la “revolución democrática nacional” basada en una
“alianza estratégica” que incorporaba la clase obrera y la burguesía nacional,
promovida por los izquierdistas latinoamericanos del siglo pasado con el objetivo
de alcanzar la independencia económica y lograr otras metas ambiciosas. Los
líderes y analistas chavistas que pertenecen a una corriente moderada dentro
del movimiento, que atribuían la escasez y los problemas económicos
relacionados principalmente a las distorsiones del mercado (como se discutió antes),
tendieron a apoyar las negociaciones con el sector privado para llegar a
acuerdos de naturaleza táctica en favor de soluciones prácticas tomando en
cuenta las exigencias del mercado. La misma combinación de análisis basada en
la lógica económica del capitalismo (en oposición a las maquinaciones de los
capitalistas), junto con el apoyo a las alianzas tácticas con los izquierdistas
moderados, había también caracterizado a los marxistas estructurales como Althusser
en los años setenta.
Tabla 2: Las Posiciones
de la Teoría del Marxismo Estructuralista sobre Temas Críticos en Dos Contextos
Distintos
Tres Temas Críticos
|
Posiciones Izquierdistas en las Naciones
Desarrolladas bajo Circunstancias Normales
|
Posiciones Izquierdistas en la Venezuela Chavista
|
Tema 1: Conciencia de Clase de la Burguesía o
Sectores de ella
|
La
burguesía tiene poca consciencia de clase ya que sus intereses
corporativistas eclipsan los asuntos sistémicos a largo plazo.
|
|
Tema 2: Formación de Alianzas
|
Apoya
las alianzas tácticas (en contraste con las alianzas estratégicas) con la
clase media progresista y con los partidos social demócratas con vínculos en
los asientos del poder.
|
Favorece
las “alianzas tácticas” con la burguesía “productiva” emergente, para
alcanzar un modus vivendi. Descarta
los “pactos” (en efecto “alianzas estratégicas”) con los moderados.
|
Tema 3: Naturaleza de la Transición al Socialismo
|
Centran
sus esfuerzos en la consolidación de los logros existentes para mantener la
estabilidad.
|
La
propuesta de un entendimiento formal o una alianza con los empresarios
productivos, que fue ocasionalmente formulada por Chávez, se convirtió en un
objetivo fundamental del gobierno de Maduro en el contexto de la violencia
callejera que sacudió a Venezuela a partir de febrero de 2014. Al mismo tiempo
que el gobierno acusó a los capitalistas venezolanos de llevar a cabo sabotaje
económico, también les invitó a establecer un diálogo e hizo énfasis en la
necesidad de la cooperación entre el Estado y el sector privado.
El
gobierno de Maduro previó lo que este artículo ha llamado una “relación
táctica” con el sector privado. El término “táctico” en vez de “estratégico” es
apropiado por varias razones. En primer lugar, la burguesía emergente no logró
cumplir las expectativas de los líderes chavistas debido su pobre desempeño
productivo, que desacreditó la propuesta de una alianza sólida y duradera entre
el gobierno y los miembros del sector empresarial. En segundo lugar, una de las
piedras angulares del discurso de Chávez sobre la democracia venezolana post-1958
fue el rechazo a la “democracia pactada”, que había reunido a los miembros de
las élites de la nación para definir las políticas básicas, pero dejó al margen
a los sectores populares. Los líderes chavistas negaron firmemente que las
negociaciones con el sector privado representaran un “pacto” y en cambio
insistieron en que estaban tratando de llegar a “acuerdos” (Arreaza, 2013). En
este contexto, un “pacto” puede considerarse equivalente a una “alianza estratégica”
para lograr objetivos a largo plazo, mientras que los llamados “acuerdos” eran
de naturaleza “táctica”. [11]
Otro
aspecto del marxismo estructural aplicado a Venezuela es que la función del
Estado es preservar la estabilidad – y por lo tanto, la priorización de la
consolidación. En este sentido, el
cambio se lleva a cabo en forma de etapas en vez de un “proceso” que
gradualmente conduce al socialismo. El marxismo estructural prevé un Estado
suficientemente independiente de los intereses inmediatos de los capitalistas
como para poder implementar importantes reformas populares. Al mismo tiempo,
los chavistas, influenciados por el marxismo estructural, se quedaron cortos
ante la visión de Poulantzas II de un Estado que está en constante cambio. El Estado puede así
apartarse de la estructura capitalista, pero bajo circunstancias normales no
puede romper con ella. Eventualmente, cuando las condiciones objetivas y
subjetivas alcancen un cierto nivel, se producirá una gran ruptura
revolucionaria, pero hasta entonces lo mejor que se puede esperar es la
consolidación de los logros en un periodo de paz. Los chavistas moderados
defendieron esta línea de pensamiento frente a las tácticas violentas empleadas
por la oposición después de la muerte de Chávez, argumentando que la principal
tarea del gobierno era defender los logros de los últimos quince años. Este
enfoque defensivo basado en etapas descartó la radicalización continua o, en
las palabras de los trotskistas, una “revolución permanente”.
El
Enfoque de Poulantzas II
El
tercer enfoque dentro del chavismo contrastaba con los otros dos: el enfoque
instrumentalista, que veía al Estado venezolano como demasiado monolítico y
atado a la estructura capitalista para ser modificable; y el enfoque marxista
estructural, que sostenía que el gobierno no tenía más remedio que respetar la
lógica del capitalismo y apoyaba las alianzas tácticas con el sector privado
para consolidar los logros pasados hasta que las condiciones permitieran
iniciar una etapa más radical. El tercer enfoque se aproximaba al pensamiento
de Poulantzas II que negaba la capacidad del Estado por sí mismo de romper con
las estructuras capitalistas y lo vio como una reflexión de la correlación de
las fuerzas políticas y sociales en el país. Como en el caso de Poulantzas II,
el tercer enfoque atribuía igual importancia a la lucha fuera del Estado y una
guerra de posición dentro de él con el fin de lograr una transformación
radical.
Tabla 3: Las Posiciones
de Poulantzas II sobre Temas Críticos en Dos Contextos Distintos
Tres
Temas Críticos
|
Posiciones
Izquierdistas en las Naciones Desarrolladas bajo Circunstancias Normales
|
Posiciones
Izquierdistas en la Venezuela Chavista después de 1998
|
Tema
1: Conciencia de Clase de la Burguesía o Sectores de ella
|
La burguesía carece
de cohesión, está altamente fragmentada y es internamente inestable.
|
La burguesía carece
de cohesión, está altamente fragmentada y es internamente inestable,
características que favorecen la posibilidad de un cambio de gran alcance.
|
Tema
2: Formación de Alianzas
|
Apoya las alianzas
estratégicas con la “clase media progresista”, como también con los partidos
social demócratas con vínculos en la más alta esfera de poder.
|
Una correlación
favorable de fuerzas en la sociedad obvia la necesidad de alianzas con los no
izquierdistas
|
Tema
3: Naturaleza de la Transición al Socialismo
|
Los revolucionarios
pueden hacerse cargo del Estado para transformarlo (en vez de destruirlo). La
revolución consiste en una serie de “rupturas reales” con el pasado durante
un periodo extendido en contraste con la idea de “un gran día”.
|
Prevé un “proceso”
revolucionario continuo (o multiplicidad de rupturas) caracterizado por la
transformación continua del Estado en el contexto de la aguda polarización y
conflicto político y social.
|
Marta
Harnecker, ex alumna de Althusser, quien a veces se reunía con Chávez y cuyos
escritos fueron un punto de referencia para quienes apoyaron la posición de
Poulantzas II en Venezuela, defendió la estrategia de trabajar simultáneamente
dentro y fuera del Estado. Según ella, las funciones administrativas del
“Estado heredado…son asumidas por cuadros revolucionarios quienes lo utilizan
para impulsar el proceso de cambio” que apunta hacia la creación de un nuevo
Estado que “empieza a nacer desde abajo, a través del ejercicio del poder
popular en varias instituciones, incluidos los consejos comunales”. Harnecker etiquetó
este proceso como algo único por cuanto “el Estado heredado fomenta el
surgimiento del nuevo Estado que lo reemplazará”. Ella llamó a esta relación
“complementaria” en vez de “una en la que los dos Estados se niegan mutuamente”
(en una referencia indirecta a Lenin). Por esta razón, “el movimiento
organizado debe… ejercer presión sobre el Estado heredado” (Harnecker, 2010: 62;
ver también, Harnecker, 2012: 166-167; Lebowitz, 2010: 152-153; Bilbao, 2008:
195).
La visión de Harnecker es apoyada por
aquellos chavistas que aceptan la coexistencia del modelo de “la democracia
electoral” (a pesar de que es generalmente condenado por los chavistas
izquierdistas por encarnar el viejo sistema dominado por la élite) y “la
democracia participativa” (asociada con el nuevo Estado).
El
concepto chavista de “proceso de cambio” es compatible con la visión de la
revolución de Poulantzas II consistente de una serie de “rupturas reales”
durante un periodo prolongado de tiempo, en contraposición a la visión ortodoxa
izquierdista de la revolución como una toma del poder de un solo tiro. El
“proceso de cambio” como un desarrollo continuo de las transformaciones
estructurales también contrasta con la visión de etapa más estática inherente
al pensamiento del marxismo estructural, como se discutió antes, que Poulantzas
II rechazó (Poulantzas, 1979: 196). También contrasta con la posición
eurocomunista representada por el secretario general del Partido Comunista
español Santiago Carrillo, la cual Poulantzas (1979,196), como partidario de
una facción izquierdista del eurocomunismo, calificó de “eurocomunismo de
derecha”. Carrillo, a diferencia de Poulantzas, minimizó la lucha social y el
conflicto en el periodo anterior al logro del socialismo (Carrillo, 1977).
Finalmente,
la visión de “rupturas reales” de Poulantzas contrastaba con el “reformismo”
que, como señalan los teóricos políticos argentinos Mabel Thwaites Rey y Hernán
Ouviña, no asegura los cambios estructurales implícitos en el término
“transición” (o el término chavista “proceso”).
Thwaites Rey y Ouviña añaden que el reformismo, en contraste con la
transición (tal como previó Poulantzas), está dirigido principalmente desde el
Estado y no por las bases, y sus líderes carecen de visión a largo plazo, o
compromiso con el cambio radical (Thwaites Rey y Ouviña, 2012: 75-78).
Los
chavistas que se adhirieron a la línea de pensamiento de Poulantzas II estaban
convencidos que las condiciones subjetivas favorables en Venezuela (como
resaltaba el discurso de Chávez) así como la fragmentación de la burguesía (que
Poulantzas había subrayado) y su pérdida de prestigio hacían posible una
radicalización progresiva, y por lo tanto, se evitaba la necesidad de depender
de la fuerza (Ortiz, 2004: 79-81; Gates, 2010: 26-31). Esta posición
relativamente optimista descartaba las alianzas de cualquier tipo con los
sectores empresariales y los no izquierdistas en general. La corriente chavista
que se aproximaba a Poulantzas II contemplaba un proceso continuo de
profundización del cambio caracterizado por pequeñas rupturas (como el
lanzamiento de los consejos comunales y las comunas) en lugar de rupturas más
radicales (como las expropiaciones masivas y la “revolución en la revolución”)
en un periodo de tiempo más corto de acuerdo con el pensamiento
instrumentalista. En resumen, las dos características siguientes de Venezuela
en la era de Chávez explican la relevancia de Poulantzas II: el optimismo (tal
como lo expresa el discurso de Chávez) y al mismo tiempo el reconocimiento de que
el socialismo se alcanzará durante un periodo prolongado; y la lucha política
continua en el contexto de la aguda polarización social y política.
CONCLUSIÓN
Después
de un vacío de varias décadas, se ha revivido el interés en el debate marxista
sobre el Estado de los años sesenta y setenta en parte como consecuencia de las
experiencias de los recientes gobiernos latinoamericanos comprometidos con el
socialismo democrático. La cuestión fundamental planteada por los teóricos
marxistas hace medio siglo está todavía en el centro de la discusión: Dada la
premisa básica del marxismo de que existe un nexo entre la estructura
capitalista y la superestructura del Estado ¿en qué circunstancias puede el
Estado distanciarse de la influencia de la estructura y separarse eventualmente
de ella?
La
aplicación de las tres teorías marxistas a una situación como la de Venezuela
de intensa polarización y radicalización en un contexto democrático es
diferente de situaciones en las que los moderados desempeñan el papel dominante
a favor del cambio y, al mismo tiempo, las perspectivas para el socialismo son
percibidas como menos prometedoras. Sin embargo, en ambos conjuntos de
circunstancias, el marxismo estructural ha sido compatible con las alianzas entre
los izquierdistas y no izquierdistas. En contraste, el pensamiento de
Poulantzas II, que era incluso más partidario de las alianzas (o lo que este
artículo llama “alianzas estratégicas”) en la Europa de los años setenta, era
compatible con una estrategia de profundización continua del proceso de cambio promovido
por los chavistas, en vez de concesiones a los grupos ubicados a su derecha. La
estrategia de Poulantzas II en Venezuela, sin embargo, no llegó al extremo de
apoyar las rupturas radicales y abruptas defendidas por corrientes (como el
trotskismo) que están más a la izquierda.
Las
explicaciones marxistas instrumentalistas y estructurales de los problemas
económicos apremiantes a los que se enfrenta la presidencia de Maduro tienen en
ambos casos un grado de aplicabilidad, y no son necesariamente mutuamente
excluyentes. El instrumentalismo aplicado a Venezuela se centraría en dos
expresiones del poder de la burguesía que frenaron el proceso de cambio. En
primer lugar, los grupos económicos tradicionales representados por Fedecámaras
han seguido sistemática y conscientemente políticas de producción e inversión
(o desinversión) destinadas a generar graves dificultades económicas para
preparar el terreno para el “cambio de régimen”. En segundo lugar, la llamada
boliburguesía constituida por grupos empresariales emergentes ha penetrado la
esfera gobernante y, de este modo, impide o incluso revierte la construcción
socialista. En ambos casos, la burguesía o fracciones de esa clase desempeñaron
un papel directo en la política.
En
contraste, el marxismo estructural
aplicado a Venezuela atribuiría los problemas económicos de la nación a la
lógica del mercado. De acuerdo con esta explicación, el gobierno se alejó
demasiado de la economía de mercado ya que la disparidad entre los precios regulados
y los tipos de cambios oficiales, por un lado, y los precios del mercado libre,
por el otro, alcanzó extremos sin precedentes.
En
otras partes del mundo, la tesis del instrumentalismo ha sido más convincente
en las situaciones de “capitalismo de compinches” y neoliberalismo en el que
grupos económicos poderosos ejercen una influencia directa sobre la toma de
decisiones del Estado. El instrumentalismo parece ser menos aplicable para el
caso de los gobiernos bonapartistas y socialdemócratas (como el gobierno
laborista de la posguerra) y en la
Alemania nazi que se caracterizaron por una mayor autonomía estatal. Venezuela
pareciera asemejarse al bonapartismo, dada la desconexión entre la estructura
capitalista dominante de la nación y el compromiso socialista del gobierno. Sin
embargo, como este artículo demuestra, los sectores empresariales desarrollaron
vínculos estrechos con el movimiento y el gobierno chavista según lo previsto
por los instrumentalistas.
El
punto de vista de Poulantzas II sobre la transformación del Estado que abre el
camino al socialismo también es aplicable al caso de Venezuela. Algunos
teóricos marxistas señalan la experiencia chavista en Venezuela como evidencia
que el socialismo representa un periodo de transición propenso a las
contradicciones extremas y al agudo conflicto político y social (Lebowitz, 2010:
105-109; Raby, 2006: 262; Sader, 2011: 138.). La visión del socialismo como un
sistema en constante flujo es compatible con la teoría de Poulantzas II que el
Estado está sujeto a profundas contradicciones internas y constituye un campo
estratégico que refleja la correlación de fuerzas políticas en un momento dado,
y como tal, es intrínsecamente inestable (Jessop, 1982, 157-158). Si el
concepto de “campo de batalla estratégico” es particularmente aplicable en un
periodo de gradual ascendencia izquierdista, que Poulantzas esperaba ocurriera
en Europa en los años setenta, es aún más pertinente en un contexto como
Venezuela bajo el gobierno chavista. Venezuela a principios del siglo XXI se
caracterizó por la transformación y la inestabilidad, como resultado de una
intensa polarización social y política con un gobierno que estaba comprometido
con el socialismo a través de la lucha, y la existencia de una estructura
capitalista que sólo fue parcialmente debilitada por las incursiones
izquierdistas, todas las cuales conformaron un cuadro conducente a la inestabilidad.
Aquellos chavistas que favorecían la radicalización progresiva en medio de la
inestabilidad, tal como se plasmó en el eslogan “el proceso de cambio”,
rechazaban en efecto una visión de etapas basada en la consolidación de los
logros y la priorización de la estabilidad relativa.
Las
tres líneas de pensamiento como explicaciones de los dilemas que confrontan los
gobiernos chavistas son todas convincentes. El papel directo y consciente del
sector privado (como lo destacaron los instrumentalistas) creó obstáculos para la
transformación de gran alcance. En concordancia con el instrumentalismo,
evidencia considerable indica que la escasez fue inducida por razones
políticas. Se inició con la huelga general promovida por Fedecámaras en
2002-2003, que a su vez obligó al gobierno adoptar dos estrategias que frenaron
el avance del socialismo. En primer lugar, el gobierno se enfrentó a la amenaza
de su propia supervivencia mediante la adopción de medidas populistas, que
incluyeron el mantenimiento de una cierta disparidad entre los precios
regulados y los del mercado. La política funcionó bien al principio pero
finalmente produjo perturbaciones económicas que disminuyeron el apoyo al
gobierno y lo colocaron a la defensiva. En segundo lugar, el tratamiento
preferencial del gobierno hacia una burguesía emergente que se negó a acompañar
las acciones desestabilizadoras de Fedecámaras condujo a la penetración
empresarial de las esferas gobernantes (según lo previsto por el
instrumentalismo) y en algunos casos a la corrupción.
Además,
más allá de las acciones planificadas de los capitalistas en el frente
económico y otros acontecimientos en Venezuela que encajan en el marco
analítico instrumentalista, la lógica económica del capitalismo estaba en juego
de acuerdo con el marxismo estructural. En un momento dado, los capitalistas
podían haberse retirado completamente de la política, pero las perturbaciones
del mercado creadas por sus acciones originales habrían continuado sin cesar,
particularmente porque los líderes chavistas no lograron tomar el mercado
suficientemente en serio. Poulantzas II también arroja luz sobre la relación
entre la estructura y la superestructura en el contexto venezolano. Dada la
inestabilidad estimulada por una oposición desleal que cuestionaba la
legitimidad del gobierno, cualquier cambio en la correlación de las fuerzas
políticas en la nación tenía un marcado impacto en la configuración de las
tendencias ideológicas dentro del Estado, como lo propuesto por Poulantzas II.
Una
apreciación de la naturaleza compleja de los temas teóricos y prácticos
discutidos en este artículo sirve para contrarrestar la desilusión en las filas
chavistas que proviene de un proceso de cambio tan largo en el contexto de una
confrontación intensa y privaciones materiales, junto con notorios casos de
corrupción. La complejidad del concepto marxista de estructura-superestructura,
los desafíos de una estrategia de la radicalización en un entorno democrático y
las circunstancias que rodean la decisión de promover la burguesía no
tradicional ciertamente no justifican la corrupción, las inconsistencias y los
errores en las políticas. Sin embargo, ayudan a ubicar los problemas en un
contexto más amplio y contrarrestar la noción de que el liderazgo chavista sea simplemente
incompetente o se ha vendido.
El
artículo pone en evidencia esta complejidad, tanto en el frente empírico como
el teórico, al demostrar que las exigencias del mercado, así como la presión
política y las perturbaciones generadas por los capitalistas, desempeñaron
papeles importantes. Las opciones del gobierno fueron limitadas como resultado
de la resistencia política y económica de los empresarios, pero también como
consecuencia de la amplia disparidad entre los precios regulados y los
oficiales, que el gobierno de Maduro no logró contener. De manera similar, el
artículo sugiere que el término “en última instancia”, usado por los teóricos
marxistas del Estado como Althusser y Poulantzas, se hace algo obscuro al
tratar de determinar si la lógica del capitalismo o la presión e influencia
ejercida por los capitalistas es el factor fundamental.
Otro
corolario del enfoque estructural es que el punto de partida para afrontar los
desafíos en la transición del capitalismo debería ser un partido de izquierda
democráticamente estructurado apoyado por fuertes movimientos sociales. A
diferencia del Estado, un partido verdaderamente revolucionario es
independiente en gran parte de la estructura capitalista durante el periodo de
construcción socialista. Su condición semi-autónoma es reforzada por fuertes
movimientos sociales que también ejercen influencia sobre el Estado. Más que
los izquierdistas en el gobierno, el partido izquierdista es capaz de frenar la
ineficiencia y la corrupción de la burocracia estatal. Como afirmó Poulantzas
II, al mismo tiempo que los izquierdistas hacen una guerra de posición dentro
del viejo Estado, tienen que organizarse y movilizarse fuera e independiente de
él (Poulantzas, 1978: 251; Jessop, 1982: 179; Jessop, 2008: 118).
Mientras que rechazaba la tesis del poder dual de Lenin y la autonomía absoluta
del paradigma de “nuevo movimiento social”, Poulantzas insistió en que las
luchas populares “siempre tienen efectos a largo plazo dentro del Estado”
(Jessop, 1982: 179; Poulantzas, 1978: 141).
En
este sentido los chavistas han tenido un récord mixto. En el lado negativo, el
PSUV es en gran parte controlado por los ministros, gobernadores, alcaldes y
otros chavistas que forman parte del Estado. Para su crédito, los chavistas han
celebrado numerosas primarias internas que, a pesar de la distribución desigual
de recursos entre los candidatos, es un mecanismo eficaz para facilitar la
expresión del sentimiento de las bases. Chávez entendió la necesidad de
aprovechar el entusiasmo de las bases al brindarles oportunidades fuera del ámbito
electoral para participar en la toma de decisiones. Uno de sus últimos
esfuerzos en este sentido fue la creación del Gran Polo Patriótico en 2011 que
incorporó los movimientos sociales y los partidos aliados como el Partido
Comunista (PCV) y otros que estaban a la izquierda del PSUV pero mantuvieron
una posición de apoyo crítico al gobierno. En contraste Maduro está menos
inclinado a aceptar las críticas de los que están fuera del círculo del poder.
Las corrientes chavistas izquierdistas, por ejemplo, objetaron la participación
de los super-delegados, principalmente funcionarios chavistas electos, en el
Tercer Congreso del PSUV celebrado en julio de 2011, y que representaba casi el
cuarenta por ciento de todos los delegados. Además, el PSUV se abstuvo de
convocar elecciones primarias para escoger sus candidatos gubernamentales para
las elecciones del octubre y diciembre de 2017.
Desde
el primer momento de la primera presidencia de Chávez en 1999, los chavistas
aprovecharon su dominio del poder político y decretaron medidas desde arriba
para profundizar el proceso de cambio. El gobierno chavista desempeñó un papel
fundamental en la organización y movilización de los sectores populares y al
mismo tiempo incentivó un sentido de empoderamiento entre ellos. Así fue el
caso del lanzamiento de los consejos comunales que proliferaron después de
2006.
Estos
esfuerzos, sin embargo, no pueden considerarse suficientes para alcanzar los
objetivos a largo plazo que fueron formulados en favor de la transformación
estructural. La experiencia chavista en Venezuela confirma lo que estaba
implícito en casi todos los escritos marxistas sobre el Estado, y explícito en
Poulantzas II. En una nación capitalista, no importa cuán bien intencionados
sean los revolucionarios en el poder, la movilización desde afuera del Estado y
relativamente independiente de él es una condición sine qua non para la
profundización continua del proceso de cambio que apunta
en la dirección del socialismo.
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NOTAS
[1]. Julian Müller (2009: 143) cita varios factores
que explican el resurgimiento de interés en Poutlantzas e incluye el ascenso al
poder de gobiernos estatistas comprometidos con el socialismo en Venezuela y
otras partes de América Latina, como también el rechazo al neoliberalismo como
doctrina que minimiza el papel del Estado.
[2].
El pensamiento de Miliband evolucionó de manera significativa después de la
publicación de su libro The State in
Capitalist Society. En el transcurso de su debate con Poulantzas, rechazó
la etiqueta de “instrumentalista” y en Marxism and Politics incorporó el
estructuralismo en su análisis del Estado (Miliband 1977, p. 72-74). Althusser
y Poutlantzas también negaron ser “estructuralistas” mientras que William
Domhoff negó ser instrumentalista. Althusser, con su fórmula “Estado =
Represión e Ideología” difiere de Poulantzas quien desde el principio hizo
énfasis en el papel del Estado en reducir la intensidad del conflicto de clases
en el frente económico.
[3].
El argumento marxista estructural de que el Estado está ligado a la lógica del
capitalismo, que incluye la dinámica de la acumulación del capital, en algunos
casos va más allá de los imperativos del mercado (como, por ejemplo, evitar los
aumentos salariales sustanciales) destacados por los neoliberales. Como señala
Block (1977: 16) en su discusión de la “confianza empresarial”, las condiciones
del mercado (bajos salarios, por ejemplo) no dictan necesariamente las
decisiones de inversión.
[4].
Miliband (1969, p.48) escribió que las élites económicas en las naciones
capitalistas avanzadas poseen “un alto grado de cohesión y solidaridad con
intereses y propósitos comunes que trascienden sus diferencias específicas”.
Fred Block (1977, p. 10) cuestionó esta noción y afirmó que Marx también la
cuestionó.
[5].
Althusser destacó la importancia de la tendencia del capitalismo a reproducir
las condiciones y relaciones de producción. Esta dinámica ayuda a explicar la
habilidad del capitalismo para renovarse e inventarse frente a las crisis
profundas.
[6].
Miquilena fue miembro destacado de un grupo comunista disidente en los años
cuarenta que era relativamente escéptico del potencial de transformación de la
burguesía nacional venezolana (aunque sin rechazar el concepto de la “burguesía
nacional progresista” a nivel teórico), pero posteriormente modificó su
posición sobre el asunto (Ellner 1980, pp. 146-164).
7. Las
credenciales antiimperialistas de Perón eran más fuertes que las de otros
presidentes progresistas de los años cuarenta y cincuenta ya que nacionalizó
los ferrocarriles de propiedad británica y la compañía telefónica de la ITT.
[8].
Para 2014 Marea Socialista (MS) había surgido como el grupo izquierdista más
grande dentro del PSUV. Fue fundado a principios de 2007 como una división de
una corriente dirigida por los trotskistas dentro del movimiento obrero producida
como resultado del debate sobre la propuesta de ingresar en el recién fundado
PSUV. Algunos de sus miembros (pero no todos) se identificaron con el
trotskismo. Cuando la crisis económica se profundizó en 2015, MS endureció su
posición contra Maduro. La mayoría de los líderes de MS, que incluyeron a
Gonzalo Gómez y Nicmer Evans (quien salió de la MR en 2017), reconocieron la
existencia de una guerra económica conscientemente promovida por el sector
empresarial, pero argumentaron que el término estaba siendo usado por Maduro
para no enfrentar problemas como la fuga de capital y la corrupción, y abogaron
por la nacionalización de la banca y el comercio exterior.
[9]. Los motivos de los capitalistas que no invierten por considerar el gobierno hostil a sus
intereses son difíciles de determinar. La especulación de precios y el
contrabando que generan ganancias inmediatas pueden ser atribuidos a motivos
económicos más que políticos. Pero el caso de inversiones ambiciosas y costosas
es menos sencillo. La decisión de no invertir puede ser el resultado de un
cálculo simple costo-beneficio o puede ser políticamente conducida con el
objetivo de generar inestabilidad, bien sea para influenciar políticas
económicas específicas, o para promover el cambio de régimen. Las diferencias
entre estos motivos pueden ser obscuras y en todo caso difícil de documentar.
[10]. De la misma manera que negó que el
gobierno venezolano era “burgués”, Woods y la TMI rechazaron la tesis – que
había sido siempre la fuente de controversia entre fracciones trotskistas – de
que la Unión Soviética bajo Stalin había restaurado el capitalismo (Woods 2008,
pp.260-263).
[11]. Temir
Porras, director de varias importantes instituciones financieras del Estado,
propuso lo que este artículo define como una “alianza estratégica” con el
sector privado. Porras argumentaba que el trato preferencial hacia la burguesía
venezolana, por encima del capital transnacional, aumentaría la producción
nacional y permitiría al gobierno consolidar los logros aún cuando no avanzara hacia el socialismo. Además, recomendó a
Maduro que rechazara el liderazgo colectivo como había hecho Chávez, y que
siguiera una “estrategia pragmática” de ganar a la clase media para incrementar
el apoyo electoral chavista a niveles muy por encima del cincuenta por ciento.
Porras, cuyas propuestas generaron controversia dentro del movimiento chavista,
fue removido de sus cargos a finales de 2013.
Publicado en la Revista Política Latinoamericana en su
número cinco de julio-diciembre de 2017 (páginas 10-44) http://politicalatinoamericana.org/revista/index.php/RPL/article/view/83/54
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