En el fondo, Biden no ha cambiado la política fracasada de Trump hacia Venezuela
Consortium News - Rebelion.org
Pareciera que el repetitivo llamado del Presidente Nicolás Maduro en favor del diálogo con EE.UU. para normalizar las relaciones comienza a surtir efecto. Esta postura contrasta con la nebulosidad del gobierno de Biden en cuanto al grado en el cual está dispuesto reconocer al gobierno de Maduro (el restablecimiento de relaciones normales no está bajo consideración por parte de Washington). El uso de sanciones como una moneda de cambio con el fin de sacar concesiones de Caracas es cínico y más difícil de vender al público que la narrativa de Trump sobre el cambio de régimen en base al principio de “Responsabilidad de Proteger” (R2P), a veces llamado “intervención humanitaria”.
Durante los últimos dos meses, los giros y la timidez del
gobierno de Biden han estado a la vista de todos. A comienzos de marzo, Biden
envió una delegación de alto nivel a Caracas para hablar con Maduro, pero
inmediatamente después se echó atrás en vista de la furibunda reacción del
bloque congresista de Florida encabezado por los Senadores Marco Rubio y Rick
Scott conjuntamente con el Senador Bob Menendez. La portavoz de la Casa Blanca
Jen Psaki dijo a los periodistas que no deben perder su tiempo “especulando sobre la
posibilidad de que EE.UU. va a importar el petróleo… de Venezuela”.
Sin embargo, más recientemente el Economist reportó
que Washington va a retomar las conversaciones con representantes del gobierno
de Maduro en una reunión que estaba programada para Trinidad. Sin embargo, el Secretario
Adjunto de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental de EE.UU. Brian Nichols
negó la veracidad del artículo del Economist y aseveró que el único
asunto bajo discusión en la reunión en Caracas en marzo tuvo que ver con la
democracia venezolana. Lo que Nicholas dijo contradijo un comentario emitido
por la Casa Blanca en el cual informó que la reunión de marzo tocó el tema de “la
seguridad energética global”.
Para muchos
centristas, el hecho de que el gobierno de Biden no esté llevando a cabo las
acciones y amenazas militares empleadas por Trump parece ser benigno y un paso
en la dirección correcta. Esta impresión está reforzada por los ataques beligerantes
contra Biden por parte del bloque congresista de Florida por su uso de “sanciones impuestas al régimen de Maduro como moneda de
cambio con una dictadura ilegítima para producir más petróleo”. Rubio y compañía
lamentaron que el contacto con Maduro representó un reconocimiento tácito a su
gobierno al mismo tiempo que minara la legitimidad del “presidente” Juan
Guaidó. Como parte de la campaña basada en Florida, el gobernador derechista Ron
DeSantis habló en una manifestación en contra de la compra de petróleo
venezolano – el supuesto propósito de las conversaciones en Caracas con Maduro.
La renuencia de
Biden (o su inhabilidad) de explicar con audacia y defender el cambio de su
política a los votantes norteamericanos también contrasta con Obama, quien puso
sus cartas sobre la mesa cuando reestableció relaciones diplomáticas con Cuba.
En efecto, es difícil saber exactamente lo que Biden tiene
en mente en cuanto a cómo proceder, presumiendo que él mismo lo sepa. Brian
Winter, vicepresidente del Consejo de las Américas tenía razón al decir en
marzo que “mientras no sepamos lo que la
administración de Biden está tratando de lograr, será difícil evaluar hasta dónde
puede llegar este descongelamiento”.
El Efecto Dominó
Las iniciativas de Biden han favorecido a Maduro,
inclusive en sus relaciones con Brasil – aunque parezca mentira. A finales de
abril, el Ministro de Relaciones Exteriores brasileño Carlos França aseveró que “en este momento en que los EE.UU. está considerando la
posibilidad de hacer una excepción al embargo sobre las exportaciones
petroleras venezolanas, me parece que podemos pensar en términos de reevaluar
el asunto de nuestras relaciones diplomáticas”. Exactamente dos años antes,
Bolsonaro había cerrado la embajada brasileña en Venezuela.
Poco después, el
presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador llamó a Biden para discutir la
Novena Cumbre de las Américas que está pautada para principios de junio en Los Ángeles.
El insistió a Biden que “todos los países de las Américas reciban una invitación, sin
excluir a nadie”. Poco antes que López Obrador hiciera su llamada, Brian Nichols del Departamento de Estado se
había dirigido a los periodistas acerca de la cumbre y dijo en referencia a Venezuela,
Cuba y Nicaragua, “ellos
probablemente no van a estar allá”.
El efecto dominó
de la delegación de marzo también llegó al presidente conservador ecuatoriano Guillermo
Lasso. En una rueda de prensa conjunta con el presidente argentino Alberto
Fernández, Lasso dijo que su gobierno vio con buenos ojos la reconciliación
entre EE.UU. y Venezuela y que él estaba dispuesto considerar el re-establecimiento
de relaciones diplomáticas con Caracas. Por su parte, Fernández defendió la
decisión de su gobierno de establecer relaciones completas con Venezuela y
urgió a otros países de la región hacer lo mismo, y agregó “Venezuela está en una situación difícil”.
La creciente oposición en contra del ostracismo de Venezuela va a ser
difícil de contener para Washington, sobre todo en vista de las victorias de la
izquierda y centro-izquierda desde 2018 en México, Argentina, Bolivia, y más
recientemente Chile y Honduras. Candidatos progresistas están favorecidos para
ganar las próximas elecciones presidenciales en Colombia y Brasil.
No Se Trata Solamente del Petróleo
Los medios de comunicación corporativos atribuyeron el abrupto abandono por
parte de Biden a su iniciativa hacia Venezuela a la reacción reacia de Rubio y
compañía. Y tenían la razón, pero a medias. Eso es debido a que el Departamento
de Estado tuvo que haber anticipado las consecuencias políticas cuando la
delegación fue a Venezuela para negociar la reanudación del flujo de petróleo
para compensar por la escasez que ha resultado como consecuencia de las
sanciones contra Rusia.
El gobierno de Biden pudo haberse echado atrás, no tanto por las
predecibles pataletas de Rubio y compañía, sino porque Washington no logró lo
que quería. El objetivo de la delegación norteamericana no tenía que ver solamente
con el petróleo. Así que la BBC de Londres concluyó: “Puede ser que la visita
de EE.UU. tuvo que ver no solamente con el asunto del petróleo. ¿Quizás tenía
que ver también con el cambio de las alineaciones políticas internacionales”? En las palabras del Financial Times (9 de marzo de 2022, p. 4) el propósito fue “persuadir
a Maduro alejarse de los abrazos de Moscú”, y asumir una posición más neutral
sobre la invasión de Ucrania. El congresista Gregory Meeks, quien dirige la
Comisión de Asuntos Extranjeros de la Cámara de Representantes dijo lo mismo: “La interacción con Venezuela sirve para empujar a Venezuela
fuera de la influencia maligna de Vladimir Putin”.
El problema con Maduro, quien ha hecho todo posible para demostrar a
Washington que es amigable hacia el capital extranjero, es que se rehusó a dar
la espalda a Putin. Por ejemplo, Venezuela reconoció la independencia de las
dos repúblicas del este de Ucrania horas después de que Moscú hiciera lo mismo.
Inmediatamente después de que la delegación salió de Caracas en marzo, Maduro
dio a Washington una luz de esperanza cuando pronunció en favor de un diálogo
entre Rusia y Ucrania, pero luego reiteró su apoyo incondicional para Moscú.
Hay un componente ideológico en la posición de Maduro sobre Ucrania. De
acuerdo con él, EE.UU. quiere “destruirlo [Rusia] en pedacitos y acabar con la esperanza de
un mundo multipolar donde todos podamos vivir”.
Con el comienzo de la Guerra Fría II, las consideraciones
geopolíticas representan una mayor prioridad para la política extranjera
norteamericana. Como dice John Mearsheimer, un estratega renombrado
perteneciente a la escuela de realismo, la seguridad del hemisferio es de mayor
importancia para Washington que los conflictos en otras partes del mundo ya que
le da a EE.UU. una ventaja sobre sus adversarios ubicados en regiones
caracterizadas por enfrentamientos bélicos. La misma tesis predice que otros
grandes poderes (China y Rusia) tratarán de desafiar la hegemonía regional en la
“vecindad” de los EE.UU, o sea, América Latina. La alianza estratégica de
Caracas con Rusia, que incluye el despliegue de buques de guerra rusos en los
puertos venezolanos, asume una importancia especial cuando se ve desde el marco
del análisis de Mearsheimer.
La estrategia de Biden hacia Venezuela basada en la
moneda de cambio consiste en el levantamiento de algunas de las 502 estimadas medidas coactivas a
cambio de concesiones diseñadas para lograr dos objetivos: proveer a los EE.UU.
el petróleo tan necesitado en este momento de escasez e influenciar la política
exterior de Maduro. Juan Gonzalez, de la línea dura de Washington quien encabezó
la delegación a Venezuela en marzo, indicó claramente que el uso de las
sanciones va más allá de sus objetivos anunciados: “Las sanciones contra Rusia
son tan fuertes que van a tener un impacto sobre aquellos gobiernos que tienen
afiliaciones económicas con Rusia, y eso es a propósito”.
Bloomberg News articuló la estrategia “blanda” empleada
por el gobierno de Biden en un editorial titulado “Acercándose a Venezuela a Pesar de
los Riesgos”. La propuesta de regateo consiste en lo siguiente: “A cambio de la
suspensión de la cooperación militar con Rusia, el gobierno de Biden puede
levantar algunas sanciones contra Caracas para permitir que el país importe equipos para mejorar las facilidades de
producción y reanudar la venta de petróleo a EE.UU. Luego Bloomberg insistió en
ser exigente: “Cualquier paso hacia la normalización debe estar condicionado a
la disposición de Venezuela de acelerar sus reformas económicas amigables al
capital privado” mientras que Washington continuaría reconociendo a Guaidó como
presidente. Bloomberg entonces resumió su planteamiento: “Aunque parece repugnante,
negociar con Venezuela es esencial para proteger los intereses básicos norteamericanos
y contener la influencia rusa en el hemisferio”.
La estrategia de Biden tiene mucho en común con las
amenazas de Trump y sus acciones a favor del derrocamiento de Maduro a través
de la fuerza militar. En ambos casos, se ignora la voluntad del pueblo venezolano
como también su sufrimiento. La situación actual es incluso más repulsiva que
antes, porque las monedas de cambio anteriormente fueron diseñadas para
presionar a Venezuela a revisar su política económica pero ahora hay un
objetivo adicional: la reorientación de su política extranjera. Aquellos
centristas pro-Biden que ven su política hacia Venezuela como más “humanitaria”
no toman en cuenta el grado en el cual el bienestar del pueblo venezolano está alejado
de los cálculos de Washington y sus maniobras políticas.
Publicado en inglés por Consortium News y
traducido con la ayuda de Carmen Sánchez de Ellner y Michelle Ellner
Steve Ellner es profesor jubilado de la Universidad de
Oriente en Venezuela y actualmente es editor asociado de la revista Latin
American Perspectives. Su
último libro es el coeditado Latin American Social Movements and
Progressive Governments: Creative
Tensions between Resistance and Convergence (Rowman & Littlefield, 2023).
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